Es una película donde Sam Méndez (“Belleza americana”, “1917”, “Skyfall”) su director y guionista plantea su amor al cine, en una producción perfecta y bellísima, con grandes actores, pero donde el argumento que abarca muchos temas se dispersa. Imperfecta pero querible y sugestiva esta producción está ambientada en un cine art decó de la costa suroeste de Inglaterra, una joya vintage, que con una gran dirección de arte y la fotografía de Roger Deakins se transforma en un lugar de ensueño. La época son los ochenta, el tiempo de Margaret Tatcher, tiempo de estrenos de “All that jazz y “Carrozas de fuego”. En ese lugar desarrolla la historia del personaje de Olivia Colman con una de sus mejores actuaciones, conmovedora, sensible, vulnerable. Ella lidia con su enfermedad mental, ( un tema sensible para el director por la historia de su madre), su jefe abusivo y brutal ( Colin Firth ) y el refugio que encuentra en sus compañeros de trabajo donde brilla Toby Jones ( el proyectorista). A su vida de construcción frágil llega la ilusión amorosa de la mano de un joven negro que sufre la agresión de los skinheads y la incomprensión por su relación con una mujer mayor. Entre tantos temas que van desde el racismo, el tratamiento con litio como una panacea, la inevitable decadencia del lugar con un glamour gastado y partes abandonadas, la historia de amor que no se siente real, se construye este imperio de luz precioso, un tanto gélido, con el aporte deslumbrante de sus actores.