El director de Belleza americana, Camino a la perdición, Solo un sueño, El mejor lugar del mundo, 1917 y dos entregas de la saga 007 como Operación Skyfall y Spectre plantea lo que en principio es una carta de amor al cine (en el cine), pero luego deriva hacia un melodrama bastante convencional. Tras su paso por festivales como los de Deauville, Toronto, Londres y Mar del Plata, llega finalmente a las salas argentinas.
Me sentí un poco engañado por Imperio de luz. No porque sea una mala película (tampoco es algo particularmente deslumbrante) sino porque me la habían vendido como “un tributo al séptimo arte”, “la Cinema Paradiso de Sam Mendes” y terminó siendo un apenas correcto melodrama con una gran sala de cine de espíritu art deco (en verdad el complejo tiene dos pantallas) de trasfondo.
Estamos a principios de los años '80 y Hilary Small (Olivia Colman, de esas actrices que elevan cualquier material por convencional que sea) trabaja como administradora del Empire, un hermoso y amplio cine ubicado en la ciudad costera de Kent. Frustrada, deprimida, con evidentes inestabilidades emocionales que intenta combatir con una batería de químicos, nuestra antiheroína parece encontrar en ese ámbito algo de equilibrio. Hasta que a los pocos minutos descubrimos que su jefe, el Sr. Ellis (Colin Firth), es un tipo decididamente abusivo. El equipo fijo del Empire se completa con el proyectorista Norman (el siempre notable Toby Jones) y un recién llegado (negro, y no se trata de un dato menor) llamado Stephen (Micheal Ward).
En la Inglaterra de Margaret Thatcher se proyectan en ese cine durante los meses en los que transcurre la película Cómo eliminar a su jefe / Nine to Five, El hombre elefante, All That Jazz: El show debe seguir, Los hermanos caradura / The Blues Brothers, Toro salvaje, Carrozas de fuego y Desde el jardín / Being There (estas dos últimas ejes de sendas escenas cumbre), pero más allá de esas y otras referencias cinéfilas, Mendes (aquí tambien guionista) se maneja dentro de terrenos previsibles y de los cánones esperables de la corrección política.
A las cuestiones ligadas a la salud mental de Hilary, se le suman una (algo más que) amistad entre la protagonista y Stephen (un tipo mucho más joven que sueña con ingresar a la universidad para estudiar Arquitectura), la problemática del abuso sexual y, sobre todo, el creciente racismo hacia negros y extranjeros por parte de grupos de ultraderecha como el Frente Nacional aquí concentrados en grupos de skinheads fascistas. Demasiadas ramificaciones (trabajadas, es cierto, sin sensacionalismo y por momentos incluso con cierta sensibilidad) para una película -bellamente fotografiada por el gran Roger Deakins y musicalizada por la dupla Trent Reznor y Atticus Ross- que prometía una cosa y termina siendo otra(s).