Crítica de “Imperio de luz”, Sam Mendes y una historia de emociones prohibidas
El director de “1917” se remonta a la década del 80 para narrar una sensible historia de amor protagonizada por Olivia Colman, que transcurre en un legendario cine de la costa inglesa.
Imperio de luz (Empire of light, 2022) nos ubica en un cine pero no para hablar de lo que pasa dentro de la sala sino alrededor de ella, entre los empleados del comercio. La protagonista es Hilary Small (Olivia Colman), la gerenta del lugar y vendedora de las entradas. Una mujer de mediana edad, solitaria y melancólica por un pasado que desconocemos. El dueño del cine es el Sr. Ellis (Colin Firth), con quien ella mantiene encuentros secretos, mientras que el proyectorista es Norman (Toby Jones), una suerte de sabio consejero que cuenta con un conocimiento superior, quizás por tener acceso a la magia del cine.
La historia comienza cuando llega Stephen (Micheal Ward), un apuesto nuevo empleado negro. Ambos se atraen por ser rechazados socialmente, ella por ser una mujer soltera y despechada, y él, por su color de piel en un momento reaccionario de su país. Los dos se encuentran en la azotea del legendario cine en el que trabajan, un espacio abandonado que cobra suma importancia para la película. La terraza es el lugar de lo prohibido, de los secretos, del permiso para el deseo, para el goce. Allí donde nadie ve, todo puede hacerse y disfrutarse. Un mirador al océano o a los fuegos artificiales que brillan en el aire.
Sam Mendes hace una película políticamente correcta con todos los “requisitos” para ser considerada en la temporada de premios. Pone a la mujer y a los negros como víctima de una sociedad hipócrita y reaccionaria, que los oprime y mantiene siempre a raya cuando pretenden moverse con libertad. Un clima áspero donde los protagonistas sólo logran contención al apoyarse el uno en el otro.
La idea de la locura o del marginal, adquieren en la película otra connotación. No serán personajes auto concebidos de esa manera por causas desconocidas, sino que son considerados como tales en consecuencia de los abusos sufridos. Hacer valer su postura los hace confrontar y los condena aún más a convertirse en objeto de violencia irracional ejercida por terceros. Para el film, ser diferente es un valor, es tener sensibilidad y aceptar al otro y enriquecerse con su punto de vista.
La película sigue la estructura narrativa clásica con sensibilidad y ternura para entrar en la psicología de los personajes y el mágico espacio del cine. Nos adentramos en ese microuniverso especial y formamos parte de la mística alrededor de la sala de cine. El cine en términos conceptuales se muestra como un escape subliminal de los males sufridos a diario, un espacio para las emociones vedadas socialmente.
Con esta melancolía por un pasado idílico, construido con cierta magia alrededor de los films proyectados (sólo se mencionan algunos), gira esta historia de amor entre Hilary y Stephen, un vínculo que sirve a los protagonistas para superar la adversidad en tiempos de violencia radical.