A partir de las críticas y comentarios que fue recibiendo “IMPERIO DE LUZ” en el circuito de festivales en donde ha participado, se la fue posicionando como una nueva “Cinema Paradiso”, bajo los ojos de Sam Mendes.
Si bien el último trabajo del director de “Belleza Americana” “Sólo un sueño” o “1917”, tiene un cálido homenaje al cine de los ’80 y no pierde en ningún momento ese tono de nostalgia que cubre todo el relato, el eje de la historia es Hilary (otra gran composición de Olivia Colman), una mujer que ha pasado sus días trabajando en el cine “Empire” –nombre que incluso habilita el juego de palabras con el título original-, un cine antiguo del sur de Inglaterra, en la ciudad costera de Kent.
Hilary debe lidiar con una salud mental y emocional inestable y por lo tanto, encuentra en su trabajo su propio refugio y es una parte muy importante en su vida al límite de soportar algunas concesiones abusivas de su jefe (Colin Firth, en un pequeño gran papel) como forma de permanencia en su trabajo y que, de alguna manera, la hiciera sentir especial. Todos elementos y situaciones que, en tren de trazar paralelismos, la acercan más al universo de la protagonista de “La Rosa Púrpura del Cairo” de Woody Allen que a la obra de Tornatore.
Pero el tema del cine no es el alma del relato que propone Mendes, sino que lo toma como un excelente medio para poder desplegar –mientras se desarrolla la historia- un homenaje a las salas de cine enormes, que ya casi dejaron de existir, que inexorablemente hablan del paso del tiempo, de cómo ha cambiado la forma de ver y sentir el cine, de aquellas películas que marcaron nuestra adolescencia, mientras participan de la trama otros cambios sociales y culturales que se estaban viviendo en aquella Inglaterra donde reinaba la primera ministra Margaret Thatcher.
Pero Mendes tiene claro que el centro de la historia es Hilary y construye alrededor de ella un melodrama clásico con centro en la llegada al cine de Stephen, el nuevo empleado afrodescendiente que por un lado, permite ver el conflicto racial que seguía siendo importante en la sociedad británica de la época y por el otro, la posibilidad de que Hilary viva un romance diferente, debiendo lidiar con la intolerancia social que, junto con su delicada salud mental, hacen que rápidamente comience a mostrar su costado más endeble.
Mendes aprovecha algunos encuentros furtivos iniciales de Stephen y Hilary para recorrer las salas de cine abandonadas que quedaron en el primer piso del Empire (como una premonición de lo que sucedería luego con las grandes salas de pequeñas ciudades) y junto con la estratégica posición de su cámara, logra los momentos más bellos de la película, gracias a la exquisita fotografía de Roger Deakins, dos veces ganador del Oscar, que ha logrado una nueva nominación por este trabajo.
Quizás por temas de la distribución y apostando a mayores nominaciones en la temporada de premios, “IMPERIO DE LUZ” queda opacada por otras de las películas de la temporada de filmes “oscarizables”. Pero el pulso de Mendes para contar la historia (aunque quizás le sobren algunos minutos) y para dirigir su elenco, la convierten en un producto interesante que además tiene ese toque de referencias cinéfilas que no encripta sólo para los entendidos sino que las exhibe directamente como vehículo ideal para recordar aquellas épocas donde vimos en pantalla grande “Carrozas de Fuego” “Locos de Remate” con Richard Pryor y Gene Wilder, el “Toro Salvaje” de Scorsese o la inolvidable “All that Jazz”.
Si bien el guion de Mendes no es brillante y transita por los caminos más clásicos del género, el elenco realza el nivel de la propuesta: en pequeños papeles los reconocidos Colin Firth y Toby Jones engalanan el elenco, sumándose el joven Tom Brooke como uno de los compañeros del cine.
Micheal Ward (de las series “Top Boy” y “The A list”) en el rol de Stephen genera un buena química con la Hilary de Olivia Colman, quien nuevamente aprovecha todos los matices de su papel para brindar otra gran interpretación y seguir creciendo en cada uno de sus personajes.
Y sobre el final, cuando ella esté sola en el centro de la platea mirando en esa pantalla inmensa “Desde el Jardín”, ese sutil homenaje al cine queda plasmado en un diálogo perfecto entre dos personajes que deben lidiar con la incomprensión y la violencia del mundo que está apenas salimos de cada sala cuando se prenden las luces.