AGOBIO CIRCULAR
En castigo por haber roto un espejo de forma accidental –los famosos siete años de mala suerte escapan a la intencionalidad –, Aria se pierde la salida al circo con su hermanastra mayor y padre. En la soledad de una casa que no le pertenece y que tampoco se hace habitable, la pequeña de nueve años se acerca al fuego y escribe en un cuaderno sus sentimientos más íntimos. Pero, acaso por el vacío o por encarnar dicho dolor en palabras, Aria arroja los papeles a las llamas. El escenario, entonces, está preparado para el acto que desde hace un tiempo se vuelve predecible; sin embargo, todo es en vano y la historia, como un espiral invertido, se vuelve más cerrada y también más cruel.
En un ambiente rodeado por el arte y los egocentrismos “convive” la familia Bernadotte hasta la inminente separación. Su padre Guido (Gabriel Garko), un reconocido actor y sumamente supersticioso, se marcha con Lucrezia (Carolina Poccioni), hija mayor de otro matrimonio mientras que la madre (Charlotte Gainsbourg), una reconocida pianista, se preocupa un tanto más de sus nuevas aventuras amorosas que por sus dos hijas, Donatina (Anna Lou Castoldi, hija de la directora Asia Argento), de otro padre aunque claramente su preferida, y Aria (Giulia Salerno) única hija del matrimonio.
Ya en ese contexto hostil y violento, Incomprendida pone de manifiesto que Aria es el único vestigio de una unión que ya es olvido y ese puesto – ¿o karma? – se refuerza de forma constante en toda la película: Aria no pertenece a ningún lugar, más bien, se vuelve un estorbo y sólo recibe cariño en situaciones ocasionales. Estos rechazos la hacen vivir en la calle, vagar, sentirse más querida por extraños, rebelarse e, incluso, crecer de golpe y tomar medidas extremas.
La directora italiana Asia Argento elige mirar desde Aria, desde su diario íntimo repleto de dibujos, deseos, figuritas y sentimientos. De hecho, esa elección le permite jugar con cierta ambigüedad del título: por un lado, desde el punto de vista de una niña que se siente despreciada por su familia, por sus compañeros de clase, por el chico que le gusta y, al final, incluso por su mejor amiga; por otro, desde la ingenuidad propia de la infancia.
Si bien se ponen en juego estos componentes a través de, por ejemplo, la expresión de la protagonista en ciertos primeros planos, de las posturas de los cuerpos o de las propias acciones, la película se transforma en un círculo cada vez más cerrado que se repite cada vez de manera más fría y brutal. En consecuencia, con el transcurrir del metraje, los vagabundeos se vuelven más solitarios, los motivos mediante los cuales es echada por los padres se tornan más paradójicos. El bullying que le propinan los compañeros se hace más agresivo, incluso, traspasa los límites escolares y, como elemento máximo o irónico, la niña obtiene el reconocimiento de la escuela por un ensayo sobre su propio desamparo y la única compañía, su gato negro.
La reiteración de estas acciones, que la directora expone en un increscendo de rudeza, producen la sensación de asfixia. Si al inicio el padre le grita a Aria porque tira la sal en la mesa, al final de la película Guido le espeta que jamás la volverá a ver; o la madre que, a pesar de prometerlo, no se presenta al premio de su hija o le organiza una fiesta para su cumpleaños llena de alcohol y drogas y termina echándola. Lo mismo ocurre con sus compañeros de curso, quienes no sólo se ríen de ella en clase, sino también se burlan de Aria en su propia fiesta y destruyen la casa, a pesar de sus súplicas para que se detengan.
El agobio traspasa incluso el final, un desenlace que repite la lógica del anterior fallido y que se presenta como la única vía de liberación un tanto predecible. Entonces, a pesar del quiebre y de la intención de generar una bisagra, Incomprendida se cierra con más fuerza sobre sí misma y se devora los pocos resquicios que la refrescan.
“Hay muchas maneras de llorar – explica Aria –. La mía es la más desdeñosa”. En este caso, poco importa su modo puesto que la necesidad de emancipación se torna cada vez más apremiante. Aria, a pesar de su corta edad e inexperiencia, parece comprenderlo. La catarsis se manifiesta en su condición extrema y sólo entonces, el sofoco puede comenzar a disiparse; allí entre las figuritas y los anhelos del diario.
Por Brenda Caletti
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