Incomprendida

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Los peores mejores años

Se nos dice que “Incomprendida” es un filme “semiautobiográfico” de Asia Argento. Bueno, si a la actriz, directora y pin up alternativa (en Santa Fe fue uno de los emblemas de la revista Pares y Profanos, por ejemplo) le pasó la mitad de las cosas que a la protagonista de la cinta, podemos comprender algo de sus agitadas andanzas y admirar un poco su cordura.

Familia disfuncional

Aquí se nos cuenta la historia de Aria Bernadotte (Aria fue el nombre con el que anotaron a Asia), hija de Yvonne, una pianista alocada, y Guido, un actor supersticioso e irracional. Tiene dos medias hermanas, una por cada lado: Lucrezia por el paterno y Donatina por el materno. Cuando la violenta pareja termina (violentamente), Aria se convierte en una oveja negra, quizás porque sus padres ven en ella el testimonio de aquella convivencia tóxica.

Así, le toca pasar esos años duros (en los que la crueldad de los niños empieza a mutar en la excitación adolescente), viviendo entre las casas de sus progenitores, sin ser “la preferida” en ninguna, de donde la van echando alternativamente a causa de sus “desacoples” con los respectivos estilos de vida: el hedonismo irresponsable de la madre, el egoísmo narcisista del padre. La escena en que Aria es cuidada y arrullada por travestis, drogadictos y punks es digna de un cuento de hadas oscuro.

Porque encima estamos en los ‘80, en medio del vértigo de las drogas, la música “moderna” de entonces y esos vestuarios estrambóticos que convierten a Aria y su mejor amiga Angelica (la “normal” de las dos, según ella misma) en una versión menos inocente de Blossom y Six. Después de todo, se trata en el fondo de una historia de coming-of-age, que siempre lucen mejor en plan retro.

Expresionismo

Algún espectador puede sentir cierto malestar: de hecho, no falta quien se levanta de la butaca. La cuestión pasa tal vez por una estructura narrativa episódica y, fundamentalmente, por un tono expresionista que va del guión al registro actoral. Si creíamos que los italianos son expresivos, acá eso alcanza otro nivel: la violencia, los gritos y golpes, las palabras que lastiman, son el ecosistema en el que Aria se mueve como un pez impávido en una pecera extraña, un entorno desfasado.

Pero cuando entendemos que estamos ante el relato de una niña, con toda su carga de subjetividad, empezamos a comprender el sesgo y la estructura. Y en el fondo, quizás haya algo de eso que da el recuerdo, esa “estilización” de situaciones y momentos (también están enfatizados los de felicidad, que los hay): ahí quizás se escape algo de la Asia niña.

La música es otro paisaje, otro entorno vivo, que se articula entre el score gestado entre la directora y Brian Molko de Placebo y las canciones de aquellos años: de la crudeza punk a los teclados de la new wave.

Al límite

Algo dijimos de las actuaciones, por lo que es todo un desafío sacarles matices a esos personajes. Nada funcionaría sin la pequeña Giulia Salerno: ella vuelve creíble el dolor de Aria y nos hace empatizar con ella. Del otro lado del cartel, Charlotte Gainsbourg vuelve a meterse en otro de sus personajes excesivos y reventados: deliciosamente detestable. Y Gabriel Garko sostiene el verosímil de su Guido: esperemos que la relación de la realizadora y su padre, el también director Dario Argento, haya sido un poco mejor que la aquí plasmada.

Alice Pea como Angelica y Carolina Poccioni en la piel de Lucrezia (la villana perfecta) hacen lo propio para redondear este cuento, al igual que la novedad en el cast: Anna Lou Castoldi, la hija mayor de Argento, como Donatina.

Con estos elementos, Argento nos lleva a su universo particular, y a un tiempo especial: una era de pureza, en la que los excesos y los tatuajes estaban en la piel de los otros, cuando el ángel de la guarda podía ser un gatito y no algo tatuado en lugares impropios (el lector puede googlear fotos de Asia), cuando un trauma podía ser la demora de los pechos en crecer (al menos en eso, la morocha pudo quedarse tranquila). En definitiva: los peores mejores años de la vida.