El desafecto
Asia Argento, hija del legendario Darío Argento, bucea en su nuevo opus, Incomprendida, el tortuoso mundo de su protagonista Aria (Giulia Salerno): una niña que busca desenfrenadamente un lugar en el seno familiar, pero que recibe el desafecto y el rechazo en cada intentona por ganarse el corazón de una madre concertista y libertina, en la piel de la actriz Charlotte Gainsbourg (Anticristo 2009), y de su padre (Gabriel Garko), un actor mediocre obsesionado con las supersticiones religiosas y otros conflictos que no vale la pena aclarar aquí.
En la primera secuencia, la directora, que con esta película confirma un talento innegable para dirigir actores, desarrolla una típica escena de familia disfuncional, con un plus de exageración que forma parte del tono por el que el film atravesará a partir del derrotero de la pequeña Aria; de sus paseos en el desamparo urbano (la escena de amor con una prostituta es impagable) y sus refugios callejeros, donde toma contacto con un gato negro para paliar su soledad.
Un mundo infantil alterado por el destrato adulto, la infancia que se quiebra en cada rechazo tanto por parte de la madre -a la que acompañan amantes ocasionales en estados que oscilan el desenfreno y el descontrol- y un padre que entabla un vínculo pseudo incestuoso con una de sus hijas preferidas, la consentida, que no tiene ganas de perder su lugar con la presencia de Aria.
El bullying escolar se adosa al infierno personal de la protagonista así como los desplantes de su única amiga con quien, en un principio, ensaya esa mímesis necesaria cuando no se tiene muy consumada la identidad en una etapa de la niñez donde la necesidad de los modelos es imperiosa.
Asia Argento además con Incomprendida logra poner en práctica un estilo muy personal y hasta a veces anárquico en términos formales, donde en un momento domina el clima del vértigo de la música y las drogas (perfecto para la ambientación ochentosa del film) desde la mirada de una niña desamparada y en otros escarba la intimidad más absoluta con los silencios que demuelen. Es la expresión del rostro de Aria, sus ojos que trasmiten tristeza y el paso que arrastra el peso del no ser querido, algo que define el universo de este contundente film, que no apela a golpes bajos en ninguno de sus planos pero que tampoco esquiva el bulto del drama con mayúsculas.