¿Qué es un país?
Para encontrar una respuesta a semejante pregunta, Raya Martin propone, con agudeza política y estética, una variedad de ideas cinematográficas. El director moviliza los signos del cine de la primera etapa clásica de Hollywood: formato cuadrado, blanco y negro, iluminación y decorados en estudio. Independencia es la segunda película de una trilogía, iniciada en 2006 con A Short Film About the Indio Nacional, que intenta revivir la traumática Historia de los filipinos a través de los tres períodos de ocupación colonial. La historia del país y la del cine evolucionan en forma paralela de una película a la siguiente. Indio Nacional era muda e invocaba la estética del cine primitivo. Raya Martin considera, al igual que Murnau y Chaplin, que la evolución de las imágenes y sus posibilidades de exploración pasaron a un segundo plano con la llegada del sonido. Por eso, aunque Independencia incorpora la palabra, no le impide al director experimentar con intrusiones de color y sobreimpresiones. La película recupera, a su vez, uno los papeles originales del cine: dar noticias del mundo. Martin no se ajusta a los códigos de una ficción globalizada que hace hincapié en los particularismos locales, sino que formula una ficción nacional que reconoce su frontera como superficie de intercambio.
Independencia comienza con un golpe de fusil, la película se abre bajo una señal de agresión. La comunidad se estrecha ante el sonido de una detonación. El país se vincula con la sedimentación de violencias recibidas, la nación se funda y se consolida en la resistencia ante su agresor, Filipinas existe a partir del momento en que debe encontrar soluciones, resistir y luchar colectivamente. Una madre y su hijo se refugian en la selva, reparan una choza abandonada por los españoles y se acostumbran a una vida frugal. Ambos podrían ser parte de un mismo personaje si no fuese por la tensión sexual que se genera en medio de la exuberante naturaleza y que sólo se disuelve cuando aparece en el bosque una joven violada por soldados americanos. La extraña irrumpe en la casa, perturba los vínculos familiares y termina por sustituir a la madre, que cae enferma y es llevada por una noche de tormenta. Tras una profunda elipsis, la joven está embarazada. Ella sucede a la madre y un segundo hijo sucede al primero. El niño es una extensión del colonialismo, no posee la misma sangre que los otros personajes y aporta una nueva dimensión.
La selva tiene un papel en la historia de los movimientos de lucha como refugio de resistencia, pero el bosque es también el lugar de los sueños, los mitos y las leyendas. La película intenta desencantar la imagen de la naturaleza como teatro de acontecimientos fantásticos. La selva construida en estudio tiene la capacidad de reconfigurarse moviendo tres árboles del decorado y transmite la idea de una superficie habitable. Martin observa su propio cine, descubre la dinámica entre ficción y realidad, y hace una autopsia lúdica y sincera sobre la realización que se evidencia a través de la evolución de sus materiales. Cada formato utilizado tiene un significado particular. Los falsos noticieros americanos son un dispositivo pertinente para la elipsis. Las burbujas incrustadas en la imagen remiten a la estética del comic. Las repentinas apariciones del color representan el estado de ánimo de los personajes, generan varias capas de sentido e introducen la forma de la tercera parte de la trilogía. El director plantea todo en términos de espacio, cada plano parece tomado desde la misma posición, modificando sólo elementos del decorado. La nación es una matriz espacial que no se desplaza, el país se funde en un plano que superpone vegetación, relieves naturales y construcciones. Las imágenes nos conducen, como un pedazo de ánfora rota, a una civilización antigua. Raya Martín ambiciona compensar los archivos que faltan en su cinematografía, reconstruir la memoria devorada por las llamas, rehacer lo que se perdió y revivir los recuerdos, porque una nación es, en definitiva, la suma de los rastros que conserva.