“Indiana Jones y la Taquilla Perdida”. “Es hora que Indy cuelgue el sombrero”. “Son los años… y también el kilometraje”. “Después de esto, La Calavera de Cristal no se ve tan mala”.
Yo no tengo problemas con los héroes gerontes, siempre que se vean creíbles. Digo: Arnold y Sylvester Stallone son tipos de 80 que son capaces de pulverizarte ya que conservan físicos enormes. Liam Neeson es un gigante que te puede moler a trompadas. Hasta Sean Connery podía lanzar piñas con convicción a sus 73 años en La Liga Extraordinaria. Quizás Denzel Washington me genere mis dudas con El Equalizador; no se ve viejo (black don’t crack) pero sí algo panzón y lento como para despachar 20 monos en menos de 1 minuto sin armas y solo un sacacorchos.
Toda esta gente anda bien para lo que sea trompear, disparar y conducir autos como el demonio. Ahora, para saltar de trenes en movimiento, quedar colgados de aviones o caer de varios pisos sin un rasguño no son creíbles. Más allá del cinismo de saber que lo que vemos es un doble con la cara del actor sobreimpresa digitalmente, se trata más que nada de la actitud. Connery rebosaba rabia; Neeson es despiadado, Arnie y Stallone tienen físicos cuadrados como armarios…
Pero Harrison Ford a los 80 años se ve como un viejito. Y eso es un drama cuando su personaje se caracteriza por hacer acrobacias diabólicas a lo Tom Cruise. Ford ha perdido su mojo con la vejez y eso se nota. Aún en El Reino de la Calavera de Cristal (con 65 pirulos) tenía esa mirada de loco que lo caracterizaba cuando sabía que tenía que hacer algo físicamente imposible para salvar una situación de peligro. Acá la mirada está perdida y, en momentos de mucha acción, hasta parece asustado. El tipo camina lento y no le da para correr con lo cual cuando empieza a saltar entre tuk-tuks – esas moto-taxis típicas de la India – sabés que no es él. Intenta subir un precipicio y se queda por la mitad. Los grupos de matones lo amedrentan cuando antes se los podía cargar él solito. Considerando la cronología de la saga, si suponemos que en El Templo de la Perdición (que hace de precuela de la serie) tenía unos 30 años en 1935, en El Dial del Destino (ambientada en 1969) debería tener 64… pero se notan las 8 décadas que realmente tiene. Para colmo el director James Mangold pone una escena con Ford semidesnudo y en calzoncillos donde tiene un físico muy avejentado que está ok para un tipo de 80 (ojalá yo llegara así a esa edad) pero no para la edad que figura que tiene en el filme. Ford se ve como un bulldog con los dientes limados; ladra pero no muerde. Lo que ocurre es que toda esta idea está mal parida desde el vamos, porque Indiana Jones 5 no debería existir. Si no rodaron una secuela al toque hace 15 años cuando Ford aún se veía fresco y creíble como héroe de acción, ¿cómo pensaban hacer un taquillazo con un tipo que se ve – y se siente – tan geronte en este momento en donde el box office es una ruleta rusa?. Es la locura de Disney (y no es el único estudio) en exprimir propiedades intelectuales hasta la última gota: si compramos LucasFilms, ¿cómo no vamos a hacer una de Indy?. ¿Nadie pensó que gastar 300 millones de dólares en una aventura protagonizada por un tipo de 80 años (que se ve de 80 años) y que, para colmo, es una aventura de super acción es una pésima idea?. Al menos el Batman de Michael Keaton en The Flash se ve badass; en cambio acá a Ford lo tiene que estar rescatando Phoebe Waller-Bridge a cada rato…
Depende de cómo lo mires, la película tiene sus ratos entretenidos. Los primeros 20 minutos son bárbaros y tienen el sabor del viejo Indiana Jones. Claro es un flashback situado al final de la Segunda Guerra Mundial, Ford está rejuvenecido digitalmente (de a ratos se ve genial y otras veces… ugh), hay uso y abuso de dobles y la acción es frenética. Luego la acción se traslada a 1969… y el filme se va en picada. Indy se jubila, está super viejo, y le aparece la ahijada, hija de un amigo arqueólogo (Toby Jones) con el que vivió la aventura del teaser. La ahijada en cuestión (Phoebe Waller-Bridge) puede tener chispa pero es una contradicción ambulante, más un invento del libreto que una persona real con conducta coherente: por un lado es una mercenaria que quiere vender reliquias en el mercado negro al mejor postor (incluyendo el McGuffin del título) y por el otro lado quiere honrar la memoria de su padre descifrando los secretos del Dial del Destino – un reloj inventado por Arquímedes que puede predecir la aparición de portales para saltar en el tiempo -. Un ex nazi, suerte de Werner von Braun reencarnado en Mads Mikkelsen, desea apoderarse de él desde hace décadas. El tipo ha blanqueado su prontuario gracias a la Operación Paperclip y es otro de esos nazis no tan malos reclutados por los yanquis con el propósito estratégico de ganar la carrera espacial construyendo cohetes sobre la base de las bombas voladoras V1 y V2. Así que el ex nazi no sólo puede andar campante por las calles de Nueva York sino que incluso tiene gente de la CIA trabajando con él para satisfacer sus caprichos (una desubicada inclusión de la morena Shaunette Renée Wilson, que parece salida de Shaft y que históricamente es inexacto ya que la CIA solo comenzó a contratar afroamericanos en la década del 70). Así que la Waller-Bridge le saca a Indy la mitad del Dial, va a buscar la parte restante, Indy la sigue y los nazis van a la cola. Hay algunas persecuciones bien filmadas, no memorables, pero al menos tienen pulso. Pero a medida que avanza la historia, la cosa tiene menos y menos sentido. Como ir a buscar un naufragio griego en el Mediterráneo en una época que no existía el GPS, o pibes que saben volar aviones porque aprendieron jugando… y no con el Microsoft Flight Simulator.
A Ford la Waller-Bridge lo arrastra a todos lados y se ve menos activo y despierto que nunca. La mitad de las acrobacias las hace la inglesa, que tiene su propia versión marroquí de Short Round, y funciona más como un Deus Ex Machina ambulante que otra cosa.
Al menos el final da un giro sorpresivo que, aunque no tenga mucho sentido, es de festejar. El cómo solucionan la chifladura del clímax es otro tema.
Indiana Jones y el Dial del Destino es lo que debería haber sido El Reino de la Calavera de Cristal, pero rodada 15 años antes. La historia es levemente mejor, y cambien a la Waller-Bridge por Marion Ravenwood (Karen Allen) y hubiera funcionado mucho mejor. Pero Ford está demasiado viejo para esta m… (diría Danny Glover) y se nota. En vez de temerario se ve temeroso y toda la hermosa locura del personaje (que primero hacía y después pensaba) se ha esfumado. Tampoco hubiera funcionado la aventura con un reemplazo más joven (¿Chris Pratt?) porque esta serie viene a los tumbos de hace rato: demoran 15 / 20 años entre secuelas, recaudan poco y ninguna hace historia – no es como James Bond que tienen una maquinaria aceitada de libretistas generando ideas todo el tiempo para hornear entregas cada 3-4 años -. Indy 5 no era necesaria e incluso los cabos sueltos – la suerte de Marion o de su hijo Mutt Williams – se sienten descolgadas. Hasta que no saquen a Kathleen Kennedy de la presidencia de LucasFilms, la subsidiaria de Disney va a seguir a los tumbos artística y financieramente. Hay que dejar de apoyarse en la nostalgia y sacar personajes frescos y nuevas aventuras porque sino van a seguir como hasta ahora: reciclando franquicias a un costo millonario, con resultados magrisimos de crítica y taquilla. Y ésta no era la despedida que se merecía uno de los más grandes íconos de acción del cine de aventuras.