Desprecio.
Inevitable no sólo es una película ambientada a mediados de los ochenta sino que además parece haberse escapado de ese período, sin ningún prurito en mostrarse añeja en los modos de hacer cine, hasta pareciera someterse amablemente a esa época en muchos sentidos. Aparecen menciones a la banda Los Twist, posters de marcas ya extintas como la gaseosa Teem, un diario que titula algún esfuerzo del presidente Alfonsín por paliar la crisis, y la frutilla: un escritor ciego (Federico Luppi), quien se sienta con sus dos manos sobre el bastón y es amante del género fantástico como forma para expresar la realidad; específicamente hablamos de la teoría de las dos dimensiones. Claro que nunca se lo llama Borges, todos los personajes que lo rodean hacen un esfuerzo estreñido por evitar la mención de su nombre de pila y apellido (en los créditos su personaje aparece como “ciego”). “Ah, es usted el escritor ¿no?”, le dice el banquero encarnado por Darío Grandinetti en el primer encuentro entre ambos, quien sufre de una crisis cincuentona luego del infarto de un compañero de trabajo, al que acabaron de despedir. La relación entre ambos rápidamente se teje bajo la idea de confesor-confesante bordeada por otro cliché, el del escritor viejo que se las sabe todas, hasta incluso convertirse en una especie de Cupido al aconsejarle sobre una relación non-sancta que tiene el banquero con una artista (una vulgar Antonella Costa), personaje construido también bajo las órdenes del cliché sobre la bohemia. La esposa del hombre en crisis es también un fantasma estereotipado, una psicóloga (Carolina Peleritti) con una paciente gallega. Los cuatro personajes están conectados, todos danzando alrededor del escritor.
La palabra que da título al film aparece para teorizar sobre la inexistencia del azar o la fortuna para los encuentros amorosos. Nuevamente, si el cine argentino de los 80 nos reveló algo fue que en una hora y cuarenta minutos se podía inocular mensajes en el espectador, dentro de un parámetro temático que iba desde el pasado político reciente hasta el amor azaroso, como sucede en esta película. Lo peor de todo es cómo el mensaje apaga cualquier voluntad manifiesta de explorar otros aspectos del cine, más allá de los motivos o los temas del momento, y eso es más alarmante que cualquier torpeza orientada a presentar teorías de la dualidad dimensional del espacio-tiempo mezcladas con las relaciones amorosas. Si en el 2014, el cine argentino necesita de una música (que haría sonrojar a Raúl Parentella) para subrayar groseramente los estados de ánimo ante diferentes situaciones, sumado a las maneras ya arcaicas de narrar y de bambolearse por los géneros, estilos y formas de construcción estéticas, es que este supuesto “cine industrial” es llamado así simplemente por la posibilidad de una coproducción europea y de contar con ciertos actores populares, pero de ninguna manera por aducir una madurez en el hacer cine. El mayor desprecio de Inevitable llega hacia el final cuando se pretende vender “gato por liebre” o golpe bajo por vuelta de tuerca y claro, antes de levantarse de la butaca, el espectador se lleva de yapa un lindo mensaje: “nunca es tarde para el amor…inevitable”.