“Soy Juan”, dirá el protagonista infantil en el epílogo de Infancia Clandestina, un estreno nacional verdaderamente extraordinario. Identificación manifiesta y decisiva que le otorga a la película un cierre cargado de significado, concepto que se traslada sin inconvenientes al resto de esta obra dirigida por Benjamín Ávila y producida por Luis Puenzo, una de las mejores que han retratado el nefasto período de la dictadura (el verdadero, no el que lleva una K añadida). Junto a títulos emblemáticos como La noche de los lápices, La historia oficial (del propio Puenzo) y Garage Olimpo; Infancia Clandestina se gana un lugar preferencial con absoluta legitimidad, y estimula la posibilidad que nuevos films se sumen a una vertiente que precisa de piezas valiosas y representativas.
Conmovedora, conmocionante, con aspectos poco planteados dentro de esta temática (sólo esbozados en Andrés no quiere dormir la siesta de Daniel Bustamante), dotada de una gran calidad artística y técnica y corporizada por un plantel de actores sobresaliente -incluyendo niños enormemente verosímiles-, la película no tiene puntos flojos y atrapa y compromete al espectador desde la primera hasta la última imagen.
Ya desde su título se avizora el conflictuado derrotero de un niño en ese tramo despiadado de nuestra historia reciente, como hijo de una pareja de la resistencia armada contra el régimen. Lo que ocurre con su psiquis, su visión del mundo, su interacción con otros niños, sus expectativas de vida y sus sueños amorosos, estará dramáticamente supeditado a las actividades, movimientos y contratiempos de las operaciones del grupo revolucionario.
La utilización de lúcidos y creativos fragmentos de animación y la impecable ambientación, donde hasta el más mínimo detalle está cuidado, son otros aspectos relevantes del relato. El talento y la convicción de intérpretes como Ernesto Alterio, Natalia Oreiro, César Troncoso y el niño Teo Gutiérrez Moreno, hacen el resto y resultan sustanciales.