Uno de los méritos de Infancia clandestina es el punto de vista que elige el director para contar la historia. La película asume la mirada de un chico de doce años, hijo de militantes montoneros que regresan del exilio para la contraofensiva de 1979. Ávila se concentra en el paso de la niñez a la adolescencia: el primer amor, el despertar sexual, la rebeldía contra los padres; y deja la cuestión política como telón de fondo. El pequeño protagonista acepta las razones de los adultos y adopta una identidad falsa para poder convivir con los otros chicos. Juan se transforma en Ernesto, va a la escuela y se enamora de una compañerita, pero las constantes mudanzas impiden su evolución natural. El chico no comprende del todo por qué es tan importante que sean una suerte de parias revolucionarios. En un primer momento, Juan/Ernesto vive la situación casi como un juego, fascinado por las armas, la aventura y los escondites en el garaje. Pero rápidamente se ve superado por una realidad concreta y violenta, por el miedo que le provoca no saber lo que va a suceder al día siguiente.
Infancia clandestina tiene una clara vocación popular, posee un ritmo constante y una emoción creciente que compensan el costado previsible del relato. El director utiliza una gran variedad de recursos formales y narrativos aunque nunca se aleja demasiado del modelo clásico. La minuciosa reconstrucción de época y la sobria dirección de arte nos sumergen en el tiempo, en la atmósfera y en el contexto político de forma natural, sin cargar las tintas. La atmósfera incluye la forma en que se relacionan los personajes: la historia de amor entre los dos compañeros de colegio que vuelven abrazados en el colectivo ante la mirada burlona de los otros chicos, y sobre todo la complicidad del pequeño con su Tío Beto. Ernesto Alterio encarna a un personaje entrañable que con cada una de sus intervenciones es capaz de contagiar alegría en un contexto sombrío. La escena en la que le explica a su sobrino cómo manejarse con las chicas utilizando una caja de maní con chocolate rescata una manera de relacionarse entre padres e hijos que hoy parece perdida.
Desde las primeras imágenes, el director se propone desdramatizar los momentos de mayor violencia física y psicológica mediante complejas escenas de animación cargadas de simbolismo para representar los horrores que vive su pequeño héroe. Por otro lado, la discusión entre la madre y la abuela corrobora de manera elocuente que Infancia clandestina es una película sincera y frontal. Ávila está emocionalmente involucrado con lo que cuenta. El director filma a los personajes con mucho cariño, poniendo especial atención en el crecimiento del protagonista, y logra que una historia inevitablemente trágica posea al mismo tiempo una ternura maravillosa.