La opera prima de Benjamín Ávila logra una síntesis dramática de los tiempos de la Contraofensiva montonera. Notable el elenco y la factura visual de la película.
La película que Argentina votó para entrar en la preselección de los Premios Oscar tiene un contexto extra-artístico que la potencia. La mano de Luis Puenzo (La historia oficial) como productor; los datos autobiográficos del director Benjamín Ávila; la presencia del actor Ernesto Alterio, crecido en lo que él llama el "destierro" (España). También se asocia con otras películas que registran los años de la última dictadura militar y la transformación de lo cotidiano, intervenido por el terror de estado (Kamchatka; Verdades verdaderas).
La síntesis inicial de Infancia clandestina, muy lograda con el recurso de dibujos y animación del talentosísimo Andy Rivas, ubica al espectador en el momento de la Contraofensiva montonera. Ya pasó el Mundial de Fútbol, el régimen sangriento se ha consolidado. Montoneros vuelve desde la clandestinidad. Juan es el hijo mayor de Charo y Horacio. Él crece mudándose de país, de casa y de nombre. Lo que siempre queda intacto es el amor de sus padres, y de su tío Beto, así como la honestidad brutal con que los compañeros de sus padres piensan el país que ya no es.
Más allá de las lecturas ideológicas que pueden reiniciar debates potentes, Infancia clandestina es una película tan honesta como el recuerdo de aquella lucha en la que quedó la madre del director.
Los protagonistas fascinan por la verdad, casi documental, de sus dichos y acciones. Teo Gutiérrez Moreno pone su inocencia al servicio del chico que vive el primer amor mientras disimula su identidad y protege con el silencio a su familia. No hay lástima ni tristeza en el planteo, sí una emoción que atraviesa la película como una cuerda tensa y vibrante que la sostiene. Junto a Teo, Natalia Oreiro, Ernesto Alterio, César Troncoso y Cristina Banegas arman la familia en carne viva, jugada por sus ideas. Hay escenas y diálogos estupendos, como la lección del tío a Juan, sobre cómo saborear el maní con chocolate; la discusión visceral de Charo con su madre (Oreiro, notable en el mano a mano con Banegas); el primer beso de Juan y María; el baile de cumpleaños.
Infancia clandestina vuelve sobre las heridas del país y, a la vez, expone el caso de los niños que acompañaron a sus padres mientras el reloj biológico les dictaba miedos, necesidades y deseos. La violencia estructural y la muerte vivida en toda su dimensión hace de Juan, un hombre a los 12, parado en el umbral de un tiempo que arrasó la esperanza de varias generaciones.