Mirada infantil para un pasado de violencia
El director de Nietos entrega una imagen de la lucha armada de una crudeza inédita para el cine argentino y ofrece al espectador la opción nunca más concreta de asumir un posible punto de vista desde el interior de la resistencia.
Hay muchas formas de contar una historia, quizá tantas como conciencias haya en el mundo. Y si bien es cierto que la historia de la represión y la lucha armada durante la última dictadura militar en el país la han querido contar varias películas, lo que viene a ofrecer Infancia clandestina, debut en la ficción de Benjamín Avila (quien antes firmó el documental Nietos, identidad y memoria), propone un giro interesante. Se trata de ver la vida a través de los ojos de Juan, un chico de 11 años, hijo de una pareja que lidera una célula de resistencia, quienes regresan al país en 1979 para llevar adelante la “contraofensiva” montonera.
El recurso de la mirada infantil para abordar aquellos años no es novedoso (un ejemplo reciente es el film Las malas intenciones, de la peruana Rosario García-Montero, quien lo utiliza para intentar un acercamiento sobre el accionar de Sendero Luminoso en su país, aunque las situaciones históricas no sean necesariamente equiparables y utilizando una paleta narrativa muy diferente de la que ha escogido Avila), pero el resultado es inquietante y ambiguo. Porque la inocencia de esa mirada entrega una imagen de la lucha armada de una crudeza inédita para el cine argentino y ofrece al espectador la opción nunca más concreta de asumir un posible punto de vista desde el interior de la resistencia sobre quienes generalmente el cine ha entregado versiones más bien románticas, idealizadas y acríticas. Y preguntarse: ¿cómo actuaría yo? ¿Sería capaz de esto? Una de las posibilidades más estremecedoras es que, luego de ver Infancia clandestina, tal vez las respuestas no resulten muy próximas a lo políticamente correcto.
En su intento altruista de encarar en inferioridad de condiciones y sin apoyo popular la lucha contra una dictadura asesina, los padres de Juan sumergen a su hijo en un mundo de máscaras superpuestas en el que, paradoja interesante, es necesario hacer desaparecer hasta la propia identidad. Casi como si se tratara de un juego (la mejor forma de hacer que un chico haga incluso lo que no quiere, para bien o para mal), Juan irá a la escuela con un nombre falso y una historia familiar inventada, juego del cual sin embargo conoce bien los riesgos, entre ellos la muerte. Aun así seguirá siendo un chico y de a poco hasta despertará al amor; un despertar que en oposición a la ruda vida dentro de la resistencia es retratado dulcemente y tiene algo de la bellísima Melody (Waris Hussein, 1971), pero que aquí también representa el amanecer a una visión menos inocente del mundo. Lo que equivale a ver de un modo menos idealista aquello que justamente se sostiene en el idealismo. El entramado familiar que propone Avila y las grandes actuaciones de todo el elenco le sirven para presentar los diferentes juicios que hoy y entonces se podían tener sobre la lucha.
Más allá de lo puntual de la historia narrada, queda claro que Infancia clandestina se ubica dentro de un marco de cine con compromisos sociales e históricos, que comparte no sólo con otras expresiones cinematográficas latinoamericanas sino también con la literatura de la región, que encuentra en los años de plomo una espina dolorosa capaz de generar relatos que deben ser drenados sobre el blanco del papel o la pantalla. Es que el arte es sin dudas un vehículo por el cual las culturas, los pueblos y las sociedades son capaces de retratarse a sí mismas y transportar en el tiempo su identidad y su memoria, curiosamente dos palabras que el propio Avila utilizó en su debut documental. Sin dudas su segunda película posee esa intención transmisora, pero lo hace a partir de un relato que se permite el saludable lujo de la duda. Una piedra en el zapato para volver a preguntar por qué tanto dolor. Será que lejos de aquello de que la historia la escriben los que ganan, y como ha dicho alguien, tal vez en realidad la historia la ganan los que la escriben y de eso se trata Infancia clandestina. De no perder los fragmentos de un espejo roto que quisieron ser ocultados, y que en el intento de reunirlos para entregar un reflejo nuevo también son capaces de lastimar a quien lo intente. Bienvenido ese dolor, cuando viene de la mano de una buena película, y sirve para seguir pensando y discutiendo la historia.