Entre balas, escondites y besos
Infancia clandestina pasó de ser una película muy promocionada por La TV Pública a convertirse en un -quizás- inesperado éxito entre la crítica nacional. Esta ópera prima dirigida por Benjamín Ávila-que si no es exactamente la historia de su vida, está fuertemente basada en ella- y producida por toda la familia Puenzo (recordemos que Luis fue el director de La historia oficial, en 1986, la primera película argentina en ganar un Oscar a mejor película extranjera) es un abrumador drama sobre un preadolescente hijo de montoneros que vuelven al país para participar de la llamada "contraofensiva" en el año 1979, en plena dictadura militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional.
Infancia clandestina inicia con una serie de imágenes a modo de racconto hasta llegar a la época de la dictadura, en donde comienza la historia y en donde nos sacuden con una escena brutal, creativa, imaginativa y muy efectiva en su forma de ponernos en contexto con la situación que viven los personajes. Esa forma particular de mostrar ciertos hechos se repite varias veces a lo largo del metraje y conjuga una manera poco usual (aunque vimos algo similar en Kill Bill Vol. I y en otros lugares) de retratar la violencia y una forma muy elogiosa y original de evitar escenas que podrían resultar muy complejas de lograr de haberse buscado una narración más explicita y menos simbólica.
Oreiro y Alterio, versión 1979
Lo segundo que sorprende de este filme es -una vez más en el cine nacional, esperemos mantener este nivel- la calidad de imagen y sonido. El tratamiento visual es muy cuidado: se nota un gran trabajo de las puestas en escena, de la ambientación temporal y de la fotografía, por momentos lúgubre y oscura, pero también colorida y esperanzadora cuando el foco narrativo se centra en su costado más romántico, más naive. Por su parte, el sonido es también muy claro y bien tratado. Y si a eso le sumamos una banda de sonido estupenda, potente y arrasadora, que acompaña el sentimiento de la historia a la perfección, el combo está completo. No está demás decir que tanto Natalia Oreiro como su marido, Ricardo Mollo -y también su grupo, Divididos- aportan dos canciones (la pareja interpreta una bella versión de "Sueños de juventud" de Enrique Santos Discepolo, mientras que "La aplanadora del rock" suma una canción original llamada "Living de trincheras"). Pueden encontrar los videos al final de la reseña.
Casi un beso en Ipanema, canta Divididos
Y ya que hablamos de una ambientación de primera, hay que destacar que la cara de uno de los actores protagonicos, el uruguayo César Troncoso (interpreta al padre del chico), es de otra época: difícil hallar una cara que remita más a los 70/80 que esa. O quizá sea su deslumbrante actuación lo que lo refleje tan bien. El elenco se destaca entero, en participaciones colectivas, en escenas individuales, hay hallazgos por doquier. La historia que se cuenta tiene la fuerza suficiente como para dar espacio de lucimiento a sus protagonistas, pero sin un buen trabajo de la dirección y el compromiso actoral necesario, todo lo bueno del relato puede perderse. Aquí no ocurre, porque los roles principales están repartidos en grandes actores. El mencionado Troncoso, con sus aires porfiados, sus reglas a rajatabla y su aparente distancia al ser un "padre viejo". Natalia Oreiro, que vuelve a demostrar que pese a su mote de actriz banal o superficial, puede interpretar papeles que le exijan una intensidad dramática mayor con notable naturalidad. Ya la habíamos visto tener roles destacados en películas como Música en espera (junto con Peretti y Aleandro) pero aquí redobla la apuesta y nos muestra todas sus credenciales. En su papel de madre, cándida, amorosa, pero una luchadora montonera también, sus escenas le permiten un vuelo actoral importante y Oreiro lo aprovecha por completo. Ernesto Alterio interpreta al tío simpático de Juan, el niño protagonista. Su performance también es memorable, sentida y conmovedora, ya que el personaje del tío funciona al revés que el del padre, es decir, compinche, cercano, pícaro. Por último, los más jóvenes también logran buenas actuaciones que se corresponden con el nivel del elenco mayor. El chico protagonista, Teo Gutierrez Romero es un hallazgo completo, puesto que se trata de su primer trabajo frente a las cámaras. Su actuación brilla cuando la dirección potencia su mirada, pero al ser el personaje principal, sería injusto decir que no cumple con una performance destacada. Por momentos lleva adelante el filme y lo hace sin desentonar. La aparición de Violeta Palukas (María, la chica de la que Juan gusta) también es sorpresiva. Se trata de otro debut en la gran pantalla y logra aportar la frescura y la inocencia necesaria a su personaje. Seguramente les espera un futuro promisorio en el mundo del cine.
Esa mirada de Teo Gutierrez Romero
El motor dramático de la historia pasa por el punto de vista desde el cual se cuenta, siempre centrado en los ojos del púber que a medida que va entrando en la adolescencia, comienza a descubrir el amor al mismo tiempo que se ve forzado a acomodarse en una familia -en una vida, podríamos decir- que le propone la lucha política armada, la clandestinidad y la defensa de las ideas políticas como ideal absoluto. Como si la adolescencia no fuera suficiente responsabilidad, como si los cambios de su vida, las mudanzas, la escuela, los amigos y la aparición del amor no fueran suficiente sacudón para un niño que se está volviendo grande, el contexto de clandestinidad, de escape constante, de escondite en el fondo y balas guardadas en cajas de maní con chocolate pone a Juan en una situación que está siempre al extremo.
"¡Contame quién te gusta!"
Si bien se trata de un filme con cierto protagonismo del aspecto ideológico/político (los protagonistas montoneros no pasan desapercibidos, la dictadura está presente, como una especie de fantasma, implícito, pero vigilante), no se trata de un filme que haga bandera ni que baje una línea demasiado fuerte sobre los aspectos que describe. Los padres montoneros son luchadores, han vuelto al país para restaurar la democracia y el peronismo, están dispuestos a usar las armas si es necesario y a enfrentarse a esos mismos militares que llevaban tres años asesinando y desapareciendo personas a mansalva, robando niños, secuestrando mujeres y cometiendo todo tipo de aberraciones con total impunidad. Los participantes de la contraofensiva podrán ser vistos como héroes por algunos o como extremistas por otros, por eso es tan importante la escena de la visita de la abuela del chico (Cristina Benegas), que llega en una camioneta con los ojos vendados para no saber donde queda la casa. Esa estupenda secuencia, la más conmovedora del filme, con una actuación emocionante de Banegas, es esencial narrativamente para comprender la situación de los protagonistas, pero también para ofrecer otro punto de vista y dejar abierta la charla sobre política para el café a la salida de la sala de cine. Una escena inolvidable que deja a las claras la potencia de esta película.
Banegas, en la mejor escena del filme
Infancia clandestina fue elegida para ser la película que represente a nuestro país en los próximos premios Oscar -si es que logra los votos suficientes para estar finalmente en la terna, claro está-. Para llegar a esta mención debió superar a dos filmes con grandes críticas, como Elefante Blanco y El último Elvis. Se podrá pensar que el amuleto de los Puenzo pudo haber jugado su carta, que es bueno apelar a temáticas "importantes" como la dictadura en el país para gustar a los jurados internacionales y muchas cosas más. Pero lo que no se debe hacer es creer que cualquiera de esas cosas pueden ser más importantes para elegirla que su pericia técnica, su vuelo narrativo, su estupendo elenco y su poderío dramático. Durante los cinco minutos de los créditos sonará Living de trincheras y seguramente mucha gente disimulará estar mirando las fotos reales de aquella época y disfrutando de Divididos mientras lo que hace en realidad es tratar de recomponerse de un filme brutal como una trompada inesperada a la boca del estómago.