Lo loable del film es que se anime a colocar al espectador, sin excusarse, en el medio de una familia cuyos padres son Montoneros regresados al país en 1979 para la Contraofensiva desde el punto de vista del hijo de doce años (un trabajo increíble de Teo Gutiérrez Romero). Y la historia es la del paso de la infancia a la adolescencia, la del primer amor, la de la primera rebeldía contra los padres, en ese preciso, terrible momento. El film se basa en la historia del propio director y su sinceridad es absoluta. Muestra lo que piensa y lo que vio sin “filtrarlo” para hacerlo más aceptable al espectador. Quiere que se entienda por qué piensa lo que piensa, por qué dice lo que dice. Un personaje dice “¿Y qué tiene si mi hijo se hace guerrillero?” y usa ese término (“guerrillero”) que es tabú para “el relato” oficial. El cine es eso: una lupa que a puro invento nos descubre una verdad. Emotivo y manipulador como cualquier film de gran público (otra acusación poco pertinente), nos pone en un lugar que, por fin, nos permite decir “sí” o “no” sin maquillar la realidad.