La causa y la vida
La resistencia armada en la época de la dictadura militar fue reflejada en la película Secuestro y Muerte que recreaba desde la ficción el asesinato del general Aramburu desde su periodo de cautiverio y hasta el juicio popular que determinó su muerte en manos de una célula montonera.
Infancia clandestina, debut en la ficción de Benjamín Ávila, se inscribe dentro de esta temática pero con la singularidad de que a la carga ideológica -que podría haber orientado el film a un camino menos interesante- se la reemplaza por la fibra emocional y reflexiva a partir del punto de vista de un niño de 11 años, cuyos padres, interpretados por Natalia Oreiro como Charo y César Troncoso pertenecen a una célula montonera que regresa a la Argentina en el año 79 tras el exilio en Brasil y Cuba. A ellos se suman las actuaciones de Ernesto Alterio en el rol del tío y Cristina Banegas como la abuela Amalia, además claro está del protagonismo absoluto de Juan (Teo Gutiérrez Moreno), quien debe además ocultar su verdadera identidad bajo el nombre de Ernesto en un claro homenaje al Che Guevara.
Si el mundo de los adultos para un niño resulta complejo e incomprensible, qué decir entonces de un mundo adulto donde la convicción por una lucha y el sacrificio pesan más que cualquier otra cosa e incluso ponen en peligro constante al entorno si se pretende amalgamar la causa con la vida. Ese es el punto de inflexión que hace de la infancia de Juan algo muy diferente a la de sus compañeros de escuela y a su existencia de niño en un mundo adulto y violento como el que lo rodea.
Vivir en la clandestinidad; esconderse con su hermana de un año en un barrio sin saber lo que pueda ocurrir mañana forma parte de esa rutina que Juan y sus padres afrontan minuto a minuto y en esa tensión permanente es donde el realizador Benjamín Ávila saca lustre de su capacidad narrativa, a su utilización de recursos cinematográficos como la animación para desarrollar una cruda historia de amores, pasiones, contradicciones y poca bajada de línea política, donde se trata de rescatar más que nada un contexto histórico atravesado de horror del que no se puede cometer el pecado de querer reivindicarlo pero tampoco olvidarlo o lo que es peor ocultarlo.
Ernesto Alterio consigue el mejor papel de su carrera cinematográfica tal vez por su conexión directa con el trasfondo de esta historia, pero lo que es indudable es su enorme entrega al personaje del tío. Así forman parte de las grandes escenas del cine aquella del maní con chocolate junto a Teo Gutiérrez Moreno, quien también compone a Juan de manera brillante y conmovedora.
Un gran elenco para una buena historia, que sin lugar a dudas aporta una mirada distinta, audaz y muy personal sobre un pasado violento y una manera de ver el mundo que hoy quizás ya no se comprende.