Infancia Clandestina, la inocencia intervenida
La ópera prima de Benjamín Ávila hace eje en la mirada y consigue momentos notables, porque seguir narrando aquella época continua siendo representar lo inefable.
por Teresa Gatto
Hace mucho tiempo un amigo me dijo: "En esa época lo más terrible fue escondernos con Mariano, nos fuimos a Córdoba"
Yo, no pude menos que pensar en cómo había sido para ese niño aquel momento en que, clandestino como sus padres, debía transitar una infancia otra, tan encubierta y a la vez inminente. Tal vez ese recuerdo me impidió escribir hasta hoy.
Ese otro niño se me aparecía con su propia mirada, ya adulto hoy. Un niño puede ser todos los niños. Pero esta Infancia Clandestina es una ficción y de las mejores que se han hecho sobre el tema.
Aquí Juan, en un descubrimiento sumamente valioso para la pantalla grande, interpretado por Teo Gutiérrez Romero, regresa junto a sus padres a lo que se llamó la Contraofensiva, cuando la militancia montonera intentó arremeter para realizar su utopía durante el año 1979, Cambiar el nombre, el modo de hablar, su documento, es cambiar su modo de ver el mundo y ese mundo es un cosmos inconmensurable de contradicción para un preadolescente en la dictadura más nefasta de todos los tiempos en Argentina, los militares genocidas asesinaban a mansalva y diezmaban al país de una generación y de sus recursos.
Enfrentar la adolescencia siempre es una contrariedad, plantarse frente a ese istmo entre los juguetes y los amores siendo el hijo de dos militantes montoneros que regresan de Cuba, es una odisea personal que Benjamín Ávila lleva a la pantalla con producción de Luis Puenzo de un modo infrecuente en términos de calidad visual y técnica, al que se suman actuaciones de enorme potencia en las que nadie desentona sino que retroalimenta las buenas performances del resto del elenco. Así el papá de Juan, encarnado por César Troncoso, como Horacio, que parece transpolado desde los 70´por su organicidad, asume el rol del padre con esa severidad que la época requiere y se la transfiere a su rol. Natalia Oreiro es Cristina y como la mamá, aporta esa dualidad que las madres de esa y muchas otras épocas debimos tener: ser capaces de la ternura, el abrazo y también las armas. Como decía aquel personaje de Los Rubios (Albertina Carri, 2003) "los chicos y los fierros, todo junto". Así de heterogéneo es el estar en el mundo de la militancia y la revolución.
Ernesto Alterio, como el tío Beto, es el pivote que permite que Juan relaje un poco, ya que su edad y el lazo, tío y menor que su padre, le permiten la complicidad que la resistencia no tiene un segundo para asumir. Cristina Banegas, dueña siempre de una potencia escénica inusual juega una escena memorable y absolutamente ilustrativa de lo poco que importan los parentescos (es la abuela de Juan) cuando la vida está en juego, cuando la vida de los adultos y los infantes es clandestina y además no se está de acuerdo con que un nieto se llame Juan por J. D. Perón y que cuando debe cambiar la identidad se llame Ernesto, por el Che Guevara. La participación de Violeta Palukas, la niña que se adueña del corazón de Juan y lo hace como si ya hubiera filmado diez filmes y debuta como Teo Gutiérrez Romero, impone una bisagra ya que ante el deseo es más difícil acatar consignas y cuidar a su hermanita bebé.
Los sueños de Juan/Ernesto, son como el mecanismo de una olla a presión que le permiten liberar la tensión y el deseo y a la vez entregan metáforas plenas de belleza porque hay que decir que Benjamín Ávila no apela al golpe bajo en ningún caso. Bajo es el estado de cosas de la Argentina de esa época, despreciable es el genocidio se acuerde o no con la ideología revolucionaria de esa etapa. Por ello, el director nos entrega animaciones que logran re-presentar determinadas cuestiones que puestas a filmar serían arduas y durísimas. Completa el excelente trabajo una gran banda de sonido que no manipula pero si acompaña la emoción y hace más empático el vínculo entre el receptor y el filme. Enormes actuaciones, una factura técnica inusual en sonido e imagen hacen de Infancia Clandestina una película que intentará llegar a la terna de los Oscar pero que antes llegó a las conciencias colectivas de todos los que pasamos por el cine y nos dejó la mirada de un niño con su adolescencia intervenida por algo más que una idea.