Pelo Malo de Mariana Rondón El film de Rondón de la República Bolivariana de Venezuela, viene de ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián e indaga el vínculo madre/hijo a partir de un hecho trivial que cobra enorme dimensión por la condición social y emocional de sus protagonistas. Competencia Internacional. Por Teresa Gatto Junior tiene nueve años y el “pelo malo”, así le dicen en Venezuela al cabello rizado. Se acerca el comienzo de las clases y hay que tomarse la foto de inicio. Cada niño elige el cómo. Junior quiere ser un cantante de música pop, pero con ese pelo malo, no se puede. Reunir el dinero para la foto y conseguir domar ese cabello son sus utopías ¿pequeñas, no? No, si consideramos que es hijo de una mujer viuda, despedida de su empleo de seguridad con él y un bebé. Todo el dolor, la frustración y la exclusión que vive esa familia en un complejo habitacional de un suburbio venezolano enrarecen el vínculo entre Junior y su madre. La cámara de Rondón hace especial hincapié en las miradas que todos se dirigen, ella al niño, el niño a ella, ella al bebé, ella a otros hombres, el niño a su entorno. Todo el rencor y la desesperanza que vive la madre, será descargada sobre Junior. Hay un enorme contraste en el vínculo que ella mantiene con el bebé al que abraza, baña y acaricia amorosamente y el que sostiene con su hijo mayor que es siempre objeto de reprensión, de observación y de un maltrato que no llega a ser físico pero es peor. Ella cree que el niño tiene tendencias homosexuales y dejárselo a su abuela paterna sólo supone una profundización de esas tendencias toda vez que ésta lo acompaña en esa quimera de disfrazarse de cantante pop y le enseña a bailar y cantar y hasta le confecciona un traje. Para la madre, con una personalidad fálica de enorme dimensión, Junior ya es defectuoso por su cabelllo y por su afán de cambiarlo. Pero algo anida en esa imposiblidad de vínculo, porque no hay instinto, eso ya lo sabemos, y los vínculos se construyen y aquí reside la potencia del film. Es imposible esa construcción pues la mujer se haya atravesada por tantas variables socioeconómicas y en su pasado algo que no se revela la ancla en un dolor y frustración tan profunda que el niño es la variable de ajuste de su enojo contenido pero que irradia desde su mirada hasta lograr la ira del niño. Un retrato del neorrealismo latinoamericano, que con acierto pinta un lugar: Venezuela, en el momento en que todavía es posible la curación de Hugo Chávez y muchos ciudadanos se rapan sus cabelleras para solidarizarse con el Comandante que pierde su cabello por la quimioterapia. Una mirada a esos monoblocks en los que la diversión puede ser sólo mirar la muy cercana ventana de enfrente, el hacinamiento y una condición de vida que no goza aún de los beneficios de la revolución son el marco para que esta historia que parece pequeña en la anécdota se torne enorme y ya haya cosechado además un premio importante en Grecia. El cine sociopolítico dispara interrogantes a un sector del público que ya no se conforma con el pathos de las producciones que no lo refractan. Sinopsis Junior (Samuel Lange, una revelación) tiene nueve años y una obsesión: alisarse el pelo, aplastar esa melena negra irreductiblemente ensortijada, para llevarlo como lo llevan las estrellas del pop. Y debe hacerlo antes de que le tomen la foto escolar. Pero a su madre, que ha quedado viuda y con dos niños a su cargo –Junior y un bebé–, y que desde el despido de su trabajo como guardia de seguridad debe limpiar casas, la envuelven una amargura y una ansiedad que no le permiten ver en su hijo más que un capricho, para el que no tiene tiempo ni paciencia, y una temprana “desviación sexual” que es necesario corregir. Sobre este punto de partida Rondón concibe el relato de iniciación que viene de ganar la Concha de Oro en San Sebastián, con sentimiento pero sin sensiblería, ambientado en un complejo de casas sociales precario y despellejado hasta el borde de la desintegración, y en las calles de una Caracas hostil y expulsiva. Un film sobre personajes lastimados y desamparados; sobre la identidad, la intolerancia, el rechazo y la resistencia. Un film con corazón y pelo duro. Ficha Técnica Dirección y Guión: Mariana Rondón Fotografía: Micaela Cajahuaringa Edición: Marité Ugás Dirección de Arte: Matías Tikas Sonido: Lena Esquenazi Música: Camilo Froideval Producción: Marité Ugás Compañía Productora: Sudaca Films Intérpretes: Samuel Lange, Samantha Castillo
Las Insoladas El film de Gustavo Taretto nos lleva de regreso a los 90' y a aquellos pequeños sueños que se tienen cuando el neoliberalismo se deglute los grandes. Por Teresa Gatto Una terraza puede ser un paraíso pero todos sabemos que hay otros. Si algo caracterizó a los 90’ fue la instalación de una necesidad de nuevos edenes que estaban lejos de aquí. Así, la clase media que luego quedaría en extinción, soñaba. Un dólar, un peso. Si es para llorar. Pero Taretto lejos del melodrama se atreve a montar una comedia en la que seis mujeres se broncean un 30 de diciembre de 1995 para llegar espléndidas a un concurso de salsa y tal vez a Cuba que otorga 5000 US$ de premio. Cuba, la exótica, la desconocida o sencillamente conocida hasta ese momento por una imagen de Fidel, de Ernesto Che Guevara, para una gran parte de la clase media una estampa en una remera y ya callados los ecos revolucionarios. De este modo, el motor del sueño, Flor, encarnada por Carla Peterson, se introduce en el deseo de sus amigas y mientras se cocinan bajo la inclemencia de Febo y se refrescan en una pileta de lona, el sueño va mostrando quién es cada una, qué desea y cómo cada deseo está ligado a una cosmovisión de la vida. La pretendida inacción o los diálogos que parecen sin sustancia profunda, tienen como objetivo reflejar esa nada que acompaña a los sueños pequeños. Y si bien no hay una profundidad en torno a cómo se llega a tener esas pequeñas ilusiones, si es posible evidenciar en cada enunciado de las mujeres, esa desmembración del tejido social que vendría poco después. Las insoladas es una buena comedia que nos propone revisarnos, reír y saber por qué la clase media, la menos cohesiva y solidaria de las clases casi llega a su desaparición. Muy buenos trabajos de las seis actrices: Carla Peterson, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Elisa Carricajo, Violeta Urtizberea, con una fotografía luminosa que no deja ver a esa Buenos Aires “tan suceptible” sino radiante de verano, hacen del film de Gustavo Taretto un buen momento en el cine.
cine » nota Críticas | Publicado el 04 de septiembre de 2014 a las 23:52 hs. Arrebato Un film de Sandra Gugliotta, con Pablo Ecaharri, Leticia Bredice, Mónica Antonópulos, Claudio Tolcachir y Gustavo Garzón. Un thriller psicológico con un trío muy mentado en TV. Por Teresa Gatto La vida de Luis Vega (Pablo Echarri) se dirime entre el naufragio de su matrimonio y la necesidad de editar. Casado con Carla (Mónica Antonópulos) y cediendo a las sugerencias de su editor, encarnado por Claudio Tolcachir, investiga un crimen como material para una novela. La delgada línea entre ficción y realidad comienza a difuminarse entre los celos obsesivos de Luis y las referencias que Laura Grotzki (Leticia Bredice) le da sobre la muerte de su esposo. El film alcanza a completar las expectativas, salvo por una cuestión absolutamente previsible que deviene de este trío que ya cimentó intrigas y secretos en la TV. Si la elección de los actores hubiera sido otra, no sabríamos de antemano que hay justicieros, intrigantes y debilidades emocionales. Es como si cada uno hiciera de sí mismo, salvo por el papel de Claudio Tolcachir que impone la novedad. Gustavo Garzón como el detective hace lo correcto sin un gesto de más. Con todo, Arrebato resulta una película interesante que remite a esas delgadas líneas que mezclan ficción y realidad dentro de la ficción y que asumen el riesgo de poner en acción un guión elaborado. Y por supuesto. Es cine argentino, lo que significa nuestro apoyo más profundo frente al avance de los monstruos de Hoolywood que llenan las pantallas de héroes de cartón piedra disimulados en efectos especiales. Un film de Sandra Gugliotta que a los que aman los thrillers psicológicos, les dará tela para cortar a la salida del cine.
El film del creador de Los Simuladores y Tiempo de valientes es un viaje entre la adrenalina y la pasión que todos sentimos cuando estamos fuera de control. Estreno: 14 de agosto Por Teresa Gatto Seis episodios: Pasternak, Las Ratas, El más fuerte, Bombita, La propuesta y Hasta que la muerte nos separe, le ofrecen a Damián Szifron la oportunidad de unir historias diversas de las que todos podemos ser víctimas un día en que nos encontramos fuera de control. El verdadero hallazgo consiste en hacer de una microhistoria una historia plagada de dramatismo, aventura, acción, revancha y por sobre todo pasión. Hay que tener pasión para lograr algunas épicas personales cuando todo se da al revés. De este modo, Pasternak, que abre la presentación del film, logra que nos acomodemos en la butaca porque la cámara impecable de su director promete mucho y da más. Darío Grandinetti, espléndido como siempre, logra un in crescendo dramático que abre la saga de las aventuras/desventuras de los seis episodios. En Las ratas, una magnífica Rita Cortese junto a Julieta Zylberberg nos da una dimensión de quien ha perdido todo y ya no tiene nada más que perder en la vida. Pero el humor no está ausente. Nunca lo estará. En El más fuerte, un genial Leonardo Sbaraglia se mide con un contrincante casual. Propósitos y despropósitos de un día en la ruta se plagan de acción y un humor sin palabras porque la cámara siempre está donde debe estar. El episodio que tiene por protagonista a Ricardo Darín, Bombita, desanda las vicisitudes que todos alguna vez pasamos, sólo que está vez, el ingeniero sabe cómo tomar revancha de ese negocio llamado “Sistema de estacionamiento” que existe en la Ciudad de Buenos Aires. Oscar Martínez se destaca en La propuesta, donde lo que se mide es hasta donde podemos caer de bajo para salvar a un hijo. Y la corrupción está siempre alerta para auxiliar al que sea capaz de trascender para mal su propia ética, intentando conseguir que un hijo no padezca. En Hasta que la muerte nos separe, el amor toma revancha en el propio día del casamiento y Érica Rivas expone sus cualidades actorales intocadas para hacernos reír y llorar porque nadie querría ser esa novia, tampoco ese novio. Cada uno de los relatos crea en el espectador la ansiedad por ver el próximo. No solo por la identificación con situaciones, personajes o sentimientos que experimenta en forma aleatoria, sino por la contundencia expresiva que se logra en el breve espacio temporal de cada segmento. Los actores aportan características personales que desarrollan al máximo cada personaje permitiendo lograr ese verosímil que crea el buen cine. A las precisas decisiones de composición de las imágenes se suma la música original del destacado compositor Gustavo Santaolalla aportando en la construcción de los climas de cada una de las secuencias y logrando junto a todo el equipo (Arte, fotografía, vestuario…) una trama de imagen y sonido de gran potencia narrativa. Desde la idea inicial del guion hasta el último detalle de montaje, todo confluye en mostrar esas historias que todos queremos ver cuando vamos al cine de un modo que al decir “Cine Argentino” estamos diciendo: calidad.
El film de Julio Ludueña, con un enorme trabajo de animación sobre maravillosas intervenciones de maestros de la pintura, hace de los queridos Cronopios y los imposibles Famas un homenaje de gran valor artístico en el Centenario del Nacimiento de Julio Cortázar. Se podría pensar que Julio Ludueña, autor del guión y director, deseó hacer un “Cortázar para todos” y lo ha logrado pero también consiguió expandir el sentido de Historias de Cronopios y de Famas de Julio Cortázar, publicado por vez primera en 1962, otorgándole al plus de los maravillosos artistas plásticos que con sus dibujos construyen los 10 capítulos que conforman la película, una estructura coral que expande visual y musicalmente los signos posibles de todos ellos. Ludueña, quien conoció personalmente a Cortázar, construye una polifonía propia al mixturar dibujos de artistas (*) de diferentes estilos y procedencias a partir de un preciso trabajo de animación, invitando a releer a esos Famas y Cronopios que hace lejos y hace tiempo nos acompañaron cuando adolescentes o jóvenes lectores deseamos algo nuevo. Y Cortázar tiene la gran virtud de mantenerse tan joven como en los 60’. Un gran trabajo del equipo de animación liderado por Juan Pablo Bouza que utilizando diversas técnicas y el valioso aporte del software libre, logra sintonizar la variedad estética de los dibujos con el universo de Julio expandiéndolo hacia nuevas posibilidades sensoriales. En el centenario de su nacimiento y con 6 años dedicados a su producción, la película constituye un nuevo modo de escandir y extender significados para aquellos que disfrutan de la lectura y para otros que tal vez, por ese prurito que dice que la alta literatura no es para todos, aún no se han acercado a conocerla.
El film de Hernán Goldfrid con los protagónicos de Ricardo Darín, Alberto Ammann y Arturo Puig y la participación de Calu Rivero, aborda el género policial de suspenso con una efectividad despareja. Por Teresa Gatto Que Ricardo Darín es el actor más icónico y prolífico del cine nacional, no deja lugar a dudas, sobre todo cuando se trata de abordar un género como el policial que es proliferante en el cine y en su carrera. En Tesis sobre un homicidio, Darín compone a Roberto Bermúdez, un profesor destacado que está dictando un posgrado en la Facultad de Derecho. La llegada al mismo como alumno, del hijo del un viejo amigo, Gonzalo Ruiz Cordera encarnado por Alberto Amman, es desde el principio un signo de previsibilidad toda vez que el cuerpo de una mujer asesinada, es dejado debajo de una de las ventanas del aula. Arrojar un cadáver debajo de una ventana de esa casa de altos estudios, en el momento en que un prestigioso académico está dictando su curso es casi como soprenderse si dándole un chocolate a un niño, éste lo rechaza. La aparición de la hermana de la asesinada, Calu Rivero, convertirá la desconfianza que Bermúdez siente por Ruiz Cordera en obsesión, porque la chica de gran belleza se convierte en objeto de deseo de ambos, aunque su despliegue escénico carezca de potencia. La sospecha convertida en norte absoluto de ese abogado solitario, dado a vincularse con alumnas, bebedor y por cierto muy considerado por sus dotes en investigación criminalista se torna redundante porque sus ojos no logran apartarse del objeto que lo tiene obseso, Ruiz Cordera y a partir de allí como en una galería pictórica, cada gesto, dicho o movimiento del alumno transforma el tiempo del film en el tiempo infinito como percepción, inasible y metafísico y esto que es interesante como mirada, ralentiza la acción y no permite ese núcleo maravilloso que el policial como dispositivo tiene: el pacto con el espectador. No es que no podamos anticipar los hechos, es justamente la previsibilidad lo que desalienta y nos hace esperar una sopresa que no llegará. A veces, nuestras propias obsesiones, miedos, dudas y neurosis nos llevan por un camino que es necesario desandar para desaprehender lo aprendido. En el caso de Bermúdez, su obstinada inteligencia sobre el sospechoso que deviene con su sonrisa bonachona, fresca y franca en un posible competidor perverso que desea probar a su maestro, no se materializan, porque de ese lapso de tiempo en que sus movimientos son observados milimétricamente por Bermúdez, no surge un malvado tipíco o una señal que nos lleve a la clave de ese desafío. Ni Ruiz Cordera es tan evidentemente villano ni hay otra mirada que no sea la de Bermúdez. Tal vez aquí resida el nudo del asunto, esa mirada unívoca que por momentos salva el film es a la vez la que lo ameseta cuando no hay otra alternativa dramática. Muy cuidadas imágenes, tal vez demasiado y una música incidental que manipula constantemente al espectador sin necesidad, una vez que hay cadáver, secreto, conspiración y delito no es necesario redundar. Con todo, decía un viejo profesor que hasta el peor policial estadounidense debía poder atraparte en sus primeros 20 minutos y Tesis Sobre un Homicidio nos atrapa un rato más. Tal vez, la película logre sorprender a otros espectadores que no hayan incursionado en los trabajos anteriores de Darín y Goldfrid y les resulte excelente pero para los que hemos visto otros trabajos, el film pasa la prueba y no obtiene la mencion de excelente aunque comparada con los esperpentos que llegan desde el exterior, no sea una mala opción aunque la tesis se quede sin conclusión.
Infancia Clandestina, la inocencia intervenida La ópera prima de Benjamín Ávila hace eje en la mirada y consigue momentos notables, porque seguir narrando aquella época continua siendo representar lo inefable. por Teresa Gatto Hace mucho tiempo un amigo me dijo: "En esa época lo más terrible fue escondernos con Mariano, nos fuimos a Córdoba" Yo, no pude menos que pensar en cómo había sido para ese niño aquel momento en que, clandestino como sus padres, debía transitar una infancia otra, tan encubierta y a la vez inminente. Tal vez ese recuerdo me impidió escribir hasta hoy. Ese otro niño se me aparecía con su propia mirada, ya adulto hoy. Un niño puede ser todos los niños. Pero esta Infancia Clandestina es una ficción y de las mejores que se han hecho sobre el tema. Aquí Juan, en un descubrimiento sumamente valioso para la pantalla grande, interpretado por Teo Gutiérrez Romero, regresa junto a sus padres a lo que se llamó la Contraofensiva, cuando la militancia montonera intentó arremeter para realizar su utopía durante el año 1979, Cambiar el nombre, el modo de hablar, su documento, es cambiar su modo de ver el mundo y ese mundo es un cosmos inconmensurable de contradicción para un preadolescente en la dictadura más nefasta de todos los tiempos en Argentina, los militares genocidas asesinaban a mansalva y diezmaban al país de una generación y de sus recursos. Enfrentar la adolescencia siempre es una contrariedad, plantarse frente a ese istmo entre los juguetes y los amores siendo el hijo de dos militantes montoneros que regresan de Cuba, es una odisea personal que Benjamín Ávila lleva a la pantalla con producción de Luis Puenzo de un modo infrecuente en términos de calidad visual y técnica, al que se suman actuaciones de enorme potencia en las que nadie desentona sino que retroalimenta las buenas performances del resto del elenco. Así el papá de Juan, encarnado por César Troncoso, como Horacio, que parece transpolado desde los 70´por su organicidad, asume el rol del padre con esa severidad que la época requiere y se la transfiere a su rol. Natalia Oreiro es Cristina y como la mamá, aporta esa dualidad que las madres de esa y muchas otras épocas debimos tener: ser capaces de la ternura, el abrazo y también las armas. Como decía aquel personaje de Los Rubios (Albertina Carri, 2003) "los chicos y los fierros, todo junto". Así de heterogéneo es el estar en el mundo de la militancia y la revolución. Ernesto Alterio, como el tío Beto, es el pivote que permite que Juan relaje un poco, ya que su edad y el lazo, tío y menor que su padre, le permiten la complicidad que la resistencia no tiene un segundo para asumir. Cristina Banegas, dueña siempre de una potencia escénica inusual juega una escena memorable y absolutamente ilustrativa de lo poco que importan los parentescos (es la abuela de Juan) cuando la vida está en juego, cuando la vida de los adultos y los infantes es clandestina y además no se está de acuerdo con que un nieto se llame Juan por J. D. Perón y que cuando debe cambiar la identidad se llame Ernesto, por el Che Guevara. La participación de Violeta Palukas, la niña que se adueña del corazón de Juan y lo hace como si ya hubiera filmado diez filmes y debuta como Teo Gutiérrez Romero, impone una bisagra ya que ante el deseo es más difícil acatar consignas y cuidar a su hermanita bebé. Los sueños de Juan/Ernesto, son como el mecanismo de una olla a presión que le permiten liberar la tensión y el deseo y a la vez entregan metáforas plenas de belleza porque hay que decir que Benjamín Ávila no apela al golpe bajo en ningún caso. Bajo es el estado de cosas de la Argentina de esa época, despreciable es el genocidio se acuerde o no con la ideología revolucionaria de esa etapa. Por ello, el director nos entrega animaciones que logran re-presentar determinadas cuestiones que puestas a filmar serían arduas y durísimas. Completa el excelente trabajo una gran banda de sonido que no manipula pero si acompaña la emoción y hace más empático el vínculo entre el receptor y el filme. Enormes actuaciones, una factura técnica inusual en sonido e imagen hacen de Infancia Clandestina una película que intentará llegar a la terna de los Oscar pero que antes llegó a las conciencias colectivas de todos los que pasamos por el cine y nos dejó la mirada de un niño con su adolescencia intervenida por algo más que una idea.
Un muy buen film de Pablo Trapero que aborda el tema del sacerdocio verdadero, el que se la juega en el barrio carenciado y renueva un debate posible ¿para quiénes deben trabajar los emisarios de Dios? Por Teresa Gatto Esas cosas que la vida tiene no me permitieron ver antes este film. Pero sí, recordar que hace pocos días se cumplió otro aniversario del brutal asesinato del Padre Carlos Mugica. Muchos fueron los homenajes de los concientizados con que la labor de la Iglesia es socorrer al necesitado y no lanzar panegíricos desde un púlpito de oro tratando de influir en los destinos de la Nación. Yo le diría respetuosamente a los Cardenales que se creen papables “muchachos, le siguen llamando limosna a la ayuda porque creen que el pobre necesita limosna. Dejen sus sueldos ahora y conviértalos en ayuda. Arremanguen la sotana y vayan a la Isla, atrás del Mercado Central y pónganse a laburar de una buena vez. Porque Dios, que existe, está allí mismo, no en sus dorados reclinatorios, o también pero, en La Isla, mucho más, estoy convencida, sino no sobrevivirían ni un sólo día. Perdón por la digresión. Regreso a Pablo Trapero (Mundo Grúa, Bonaerense, Leonera, Carancho) y a su modo de filmar de modo impecable una historia en la misma entraña de la necesidad: la Villa 31, aunque aquí se llame Villa Virgen. El padre Julián, un siempre correctísimo Ricardo Darín, tratará de lograr que Nicolás, muy bien logrado por el actor de origen belga Jérémie Renier, un sobreviviente de una matanza de pobladores originarios, tome su legado y trabaje junto a Luciana, encarnada por la siempre orgánica Martina Guzmán, una trabajadora social atea y tal vez por ello a salvo de ciertos dilemas que el pecado suma sobre las conciencias cristianas. Pero nada es tan fácil en esa zona de exclusión que tiene a la guerra narco como fuente de violencia y de sustento de muchos y a la vez, retoma de algún modo el debate sobre para qué sirve un sacerdote. Porque las tensas relaciones entre estos curas llamados Tercer Mundistas, hace 30 años ya, y la jerarquía eclesiástica pacata no se queda fuera del conflicto a narrar. Como tampoco la violencia que Trapero describe con la dosis justa sin hacer de su film un retrato del espanto que significa habitar en esas ciudades casi sin Dios. Las razones de Julián para buscar un sucesor están expuestas en los primeros minutos del film, junto a su inmediata búsqueda de Nicolás en Bolivia para secundarlo en su tarea. El guión a cargo del propio Trapero y quiénes hicieron el exitoso texto de El estudiante, exime de complejidades a los tres personajes protagónicos porque los planos secuencias que muestran con maestría lo difícil que es acceder al interior de uno de estos barrios, lo arduo de la tarea de evangelizar cuando el afuera les grita “otro”, “otro, “sos el otro”, “el excluido”, “el del margen”, fuera de nuestras leyes católicas, burguesas, confortables, sólo mirados para cruzar de vereda al verlos pasar, representan una situación que de por sí lleva a la reflexión y también a cierta impotencia por no poder, no saber o no animarnos a sentir esa vocación de ayuda al otro, perdón, al prójimo. Eso es cámara, guión y buen montaje, sin vueltas. Si hay una sola posibilidad de ayudar, un sujeto que lleva la palabra de Dios no puede correrle el cuerpo al intento de cambiar un estado de cosas. No debería. Si Leonera, Bonaerense y Carancho retrataban esa condición lábil en la que los sujetos en crisis nos movemos presos de instituciones, vigilados y castigados por burlar las normativas que, performativas nos atan las manos o nos desatan el gatillo, Elefante Blanco da un paso más en ese trabajo de Trapero de ahondar en la impotencia y el trance de asumir o esquivar un compromiso y de llevarlo hasta el límite. Vuelvo a la digresión. Desde algún lugar del universo estelar, el Padre Carlos Mugica agradece al igual que los espectadores cierto merodeo por eso que damos en llamar conciencia social y que el artefacto estético permite espiar de tanto en tanto y más cuando es cercano, autóctono y muestra esas vidas tan distintas a la mía y a la suya y tan idénticas a la hora de dejar de latir. Arriba, Dios no hace distingos.
En el marco de Les Avant-Premières 2012 se exhibió el film de Sylvain Estibal que propone una novedosa forma de mirar la difícil convivencia entre judíos y palestinos. por Teresa Gatto Luego de un chubasco importante en el mar, Jaafar, un pescador palestino sumamente humilde, que ha perdido lo poco que poseía y no tiene nada más que perder encuentra cerdo. Ironía si las hay, porque estamos en la Franja de Gaza y ninguna de las dos culturas ni la Judea ni la Palestina consumen carne de cerdo. El único modo de sacar provecho del pobre animal es colocarlo a la venta pero ¿quién querría comprar un cerdo en esa zona del mundo? Lo interesante del film de Sylvan Estibal es la construcción de un nuevo código que a la postre se convierte en un enunciado que preanuncia que la paz es una posibilidad en ese lugar del mundo dónde en muchos días la vida no vale nada. Situaciones que rozan el absurdo, un buen montaje y una banda sonora en la que interviene el grupo Argentino Aqualactica, instalan desde esa perspectiva paradójica, un nuevo modo ver una metralla, el comercio tras los muros que dividen las colonias y un montaje en el que su protagonista con el cuerpo lleno de explosivos (situación absolutamente trágica en la realidad) trata de encontrar los atajos posibles para vender al cerdito inocente y prohibido dogmáticamente pero que conforma una esperanza y una vía de comunicación entre pueblos que viven en una situación diametralmente opuesta y que a la postre, no son finalmente quienes deciden darle el sí a la guerra. O lo que es peor, las disidencias terminarán cuando los chanchos vuelen.
El film sobre la vida de Lady T, tiene una enorme Meryl Streep como siempre y una debilidad de guión y montaje que la vuelve mediocre. Confieso que no me interesaba en días en los que Malvinas ha vuelto a ser un tema de debate, ver un film que, sabía justificaba la guerra y la recuperación de Nuestras Islas de modo políticamente correcto (¿?). Pero de carne somos y ver una representación de Margaret Thatcher me llevó al cine tarde, cuando la mayoría ha dado su opinión y seguramente despojada de preconceptos. Bien, La dama de hierro es una película mediocre. Como biopic, encadena sucesos en flash back en los que una vetusta Maggie recuerda y alucina en soledad, acompañada de un ama de llaves en una suerte de bunker. Pero como reconoce su directora Phyllida Lloyd y Abi Morgan, su guionista, la cuestión política trató de dejarse de lado. Esto me recuerda a una puesta de teatro insufrible que sobre La Mueca, de Tato Pavlovsky, se hizo hace unos años y cuyo director esgrimió, para justificar el desastre escénico, que dejó lo ideológico de lado para montarla… O sea, le sacó la esencia y con eso el interés. A ver: si intento contar la vida de una mujer con un poder más duro que el hierro, que tomó decisiones que dejaron a Inglaterra en la lona económica (recuerden el contexto de Tocando el viento, film de la situación postacheriana, Mark Herman 1997) y quiero mostrar la vida de una política inglesa que se abrió paso entre los Tories para llegar hasta donde llegó, que impidió el ingreso del Imperio Colonialista a la Unión Europea (acá no se equivocó tanto viendo la que se les viene en el continente) y usó una causa como Malvinas en beneficio propio y le quito la sustancia ideológica, es una peli de cable. Propios y ajenos han expresado que la tibieza y ausencia de toma de posición colocan a la película en un borde al menos resbaladizo, no sea cosa que Maggie sea vista como post marxista (es un chascarrillo). Lo que salva los papeles es la actuación de Meryl Streep, laureada por su actuación y candidateada por vez número mil a la estatuilla máxima de Hollywood, el resto, es un aburimiento y una abulia y si usted no es cholulo y quiere saber sobre la vida de algún poderoso inglés, le aconsejo leer a Eric Hobsbawn, ya que tout le reste est littérature, como expresaba el bueno de Paul Verlaine. Si como decía Oscar Wilde, la vida copia al arte, Streep es mejor que Tatcher, es más bella, su acento es impecable, su make up también y creo que con los años los bustos y fotos deberían tener a Meryl en vez de a Maggie, la horrible malvada. Por cierto, como yo no me despojo de ideología digo a viva voz: que las Malvinas son Argentinas, que las bravatas inglesas con sus destructores y submarinos son a 30 años de ese luto nuestro junto a este film, casi una burla de la industria cinematográfica del Reino Unido que coproduce.