Entre cajas de maní con chocolate y revólveres, un chico de 12 años, Juan (Teo Gutiérrez Moreno), y su pequeña hermana, tratan de llevar su vida clandestina lo más parecido a la normalidad.
La ópera prima de Benjamín Ávila revive la dictadura argentina desde la mirada de un preadolescente cuyos padres, Charo y Daniel, militantes montoneros (interpretados por Natalia Oreiro y César Troncoso), deciden volver al país luego de un largo exilio en Cuba bajo una doble identidad. Así, Juan debe fingir -en la escuela- llamarse Ernesto e inventar una vida que no es suya, hasta que se cruza con María y descubre el primer amor.
A diferencia de otros films basados en esta temática, éste intenta no mostrar un enfoque político sino retratar cómo vivían cotidianamente quienes se ocultaban con sus familias por perseguir sus ideales. Lo interesante de la trama no es ver lo traumático o lo angustiante que fue ese momento en la vida de los protagonistas sino que, a pesar de lo que debían superar como familia, nada se logra sin el amor, la esperanza y la contención de esos lazos que unen de por vida.
La historia toma mayor fuerza, ya que el director plasmó parte de su vivencia personal viviendo en la clandestinidad junto a sus hermanos, hecho que luego devino en el secuestro de él y la desaparición de su hermano menor. La cercanía con la historia permitió que conmueva aún más al espectador.
No es para menos que el productor sea Luis Puenzo, quien 25 años después del estreno de "La Historia Oficial" decida apostar nuevamente por este duro relato. Casualmente, o no, el hijo de Héctor Alterio, Ernesto, interpreta al divertido, despreocupado y entrañable Tío Beto, quien le abre las puertas a su sobrino a vivir la vida como quiere y sin traicionar a los que ama.
Puenzo asegura que "Benjamin hacía catarsis cada vez que se terminaba de rodar una escena, y que fue necesario que tanto él como los protagonistas se distanciaran de todo lo que conocían acerca de la dictadura". Un detalle relevante es que los momentos extremadamente violentos se representan con animación al mejor estilo Tarantino en "Kill Bill", lo que permite la construcción de una nueva realidad, que en palabras de Ávila, "termina cerrando en la cabeza del espectador y ayuda a comprender el lugar desde donde Juan observa y siente".
El film da la sensación que hay que ponerse desde otro lado para poder comprender el porqué de su lucha y el mundo que querían para sus hijos. Un mensaje para animarse por lo que uno ama. Imperdible el final de los títulos con el tema compuesto para la película de Divididos, "Living de trincheras".