Tom Hanks vuelve a ponerse en la piel de Robert Langdon en Inferno de Ron Howard, una tercer parte más vacía e incongruente que sus dos previas aventuras.
El catedrático de Simbología de Harvard, el profesor Robert Langdon (Tom Hanks), despierta sin memoria en la habitación de un hospital de Florencia. Sienna Brooks (Felicity Jones), una de los médicos que le atienden, le dice que no tiene recuerdos de los últimos dos días debido a una conmoción cerebral que sufrió tras ser rozado por una bala. La doctora ayudará a Langdon a recuperar sus recuerdos. Ante la amenaza de una plaga que pondrá muchas vidas en juego, Langdon será la última esperanza de la humanidad. En esta nueva aventura, Langdon formará equipo con la doctora Sienna. Juntos, en una carrera a contrarreloj, recorrerán Europa para frustrar un complot global mortal.
Presentado todo esto, el argumento puede que venda más de lo que proyecta la película.
El comienzo es quizás el punto más interesante de la trama. Las alucinaciones que sufre Langdon generan más intriga al espectador, pero no se mantienen a lo largo del film. Los límites entre la fantasía y la realidad; y los misterios que esconde el pasado siempre fue el punto fuerte y atractivo del universo creado por Dan Brown.
La película avanza a tropezones con una ilógica tras otra, un recorrido por monumentos históricos sin justificar el arco argumental.
Tom Hanks no se siente cómodo en su personaje y parece más un trabajo apresurado con su amigo Ron Howard que otros roles que ha hecho la estrella consagrada. Caso contrario el de Felicity Jones, que no excede su lugar, y su personaje es más interesante que el de Audrey Tautou en El Codigo Da Vinci.
El villano de la película también es un personaje redondo en el concepto de la trama, entre psicópata y romántico; aunque el argumento le queda mejor a Samuel L. Jackson en Kingsman: Servicio Secreto.
La resolución, sin entrar en spoilers, esta tan agarrada de los hilos que no tiene justificación; algo que difiere del final de la novela de Dan Brown.