Tom Hanks y Ron Howard se reúnen por quinta vez para adaptar la novela de Dan Brown Inferno, recorriendo Florencia, Venecia y Estambul de acertijo en acertijo.
Una comedia nada divina:
Robert Langdon es un académico especialista en descifrar acertijos basados en la Europa Renacentista y deberá asociar todo su intelecto al de una joven mujer que lo admira, para desentrañar juntos cada paso de una búsqueda del tesoro que les permita detener a un criminal con ideas mesiánicas. Asociar es una forma de decir, porque en realidad ella sólo necesita verse bien en cámara mientras el profesor le explica todo. No, no es El Código Da Vinci. Tampoco Ángeles y Demonios, no. Bueno, es ambas. Pero el sombrero es nuevo, porque esta vez el afamado profesor despierta en la sala de emergencias con una herida en la cabeza y fuertes alucinaciones que parecen representar los distintos círculos del infierno que estableció Dante Alighieri en su obra. No recuerda cómo llegó a Florencia ni lo que estuvo haciendo durante los dos días anteriores. Pero en cuanto alguien llega a terminar el trabajo de matarlo, la médica que lo atiende lo ayuda a escapar y juntos pretenden resolver una serie de acertijos que les permitan detener los planes de un asesino en masa obsesionado con el infierno imaginado por Dante y representado por Botticelli. En este momento me siento obligado a volver a recordar que no es ninguna de las otras dos películas del mismo personaje.
La más reciente de las adaptaciones de libros de Dan Brown presenta tres niveles de misterios. El primero son los acertijos que resuelve el profesor Langdon sin ninguna dificultad, apoyando su erudición infinita en información del entorno que el público sólo recibe una vez que explica la respuesta, de forma que nos sea intrascendente intentar descifrarlos por nosotros mismos. El profesor parece estar siempre frente a una clase de escuela primaria en vez de la supuestamente brillante médica que lo asiste, señalando todo con un dedo y explicándole hechos históricos de la ciudad donde ella misma vive, como un guía turístico que ama escuchar su propia voz.
Un segundo nivel es el que debe resolver el público mientras los protagonistas corren entre acertijos. Cada uno de los chatos personajes secundarios tiene sus propios intereses sobre el éxito o fracaso de la misión de Langdon, pero la oportuna amnesia que sufre le impide estar seguro sobre dónde están situadas las lealtades. Para mantener un poco menos evidente el avance de la trama, la retuercen con giros de guión forzados que de todas formas se ven venir desde bastante antes hasta con los punchlines que usarán para rematarlos. No hay un gran conflicto ni le da tiempo a construir tensión, confundiendo ritmo con velocidad saltan de un edificio histórico a otro sin mucha más excusa que la de saldar alguna deuda con la Secretaría de Turismo de Italia, siendo que hay más cuidado puesto en mostrar la belleza de las ciudades renacentistas que en relatar una historia.
El tercer nivel de misterio que deja Inferno es el realmente desafiante y es sobre la necesidad de su existencia. Admito no tener respuesta a este interrogante, pero aparentemente Ron Howard recibió consejos Peter Jackson o el dúo Wachowski sobre cómo terminar una saga a tiempo.
Conclusión:
Algunas películas malas causan gracia. Otras indignan. Si al menos no se tomara en serio su propia ridiculez podría llegar a entretener, pero finalmente Inferno sólo causa sueño. Para conocer las maravillosas ciudades que recorre sin duda será más entretenido y educativo tener de guía a Ezio Auditore que a Robert Langdon.