Hace casi un año se estrenaba “Huracán Categoría 5” (Rob Cohen, 2018) y tocaba analizarla desde un punto de vista más lúdico, en donde las concesiones eran condición sine qua non para poder disfrutarla por la gigantesca cantidad de arbitrariedades injustificadas que habitaban ese guión que iba directo a los bifes. Lo mismo pasa en este caso. y por eso la posibilidad de disfrutarla va a necesitar lo mismo: mucha voluntad del espectador.
Haley (Kaya Scodelario) tiene una presentación breve y concisa. Es nadadora profesional y cuando sale de la pileta y se va a vestuarios sabremos que tiene una hermana lejana, a la cual le escupe algún que otro reclamo, y un padre Dave (Barry Pepper), que no contesta las llamadas desde hace rato, del cual Haley está distanciada. En este contexto los noticieros (y la hermana también) anuncian la evacuación de la zona por el avecinamiento de un huracán categoría 5. (sí bueno, es una coincidencia de esas). Algo reticente por esto de los mandatos familiares, pero decidida, nuestra (suponemos) heroína emprende camino. La para la policía porque ya es el punto sin retorno. El tirabuzón eólico se viene con todo. Uno de los canas, Wayne (Ross Anderson), es amigo de toda la vida de la nena y le promete que va a ir a chequear lo del padre. Así que pese a tener una chica lúcida, conocedora desde la cuna de este tipo de eventos naturales y sus consecuencias, advertida por noticieros, un familiar, perros que ladran, un policía de confianza, en pleno uso de sus facultades y autosuficiente; igual va con la camioneta a la casa del viejo. El viento rompe todo, pero ella igual se queda mirando fotos. Ok. Vamos hasta acá. Este es el tipo de concesiones y códigos que el guión de Michael y Shawn Rasmussen no se molesta en explicar ni justificar, y que el espectador deberá aceptar sí o sí.
Claro, como espectadores, al cumplir voluntariamente con ese requisito y aceptando también que todo el pueblo se infesta de cocodrilos más grandes que Godzilla, sólo queda disfrutar el resto del relato de Alexandre Aja que a todo lo anterior le contrapone ritmo, velocidad de resolución, y realmente pocas vueltas. Hay transiciones efímeras pero sólo para seguir adelante con la escalada de situaciones que van literalmente ascendiendo con la subida del agua. En las micro-escenas de acción entre cocodrilos y humanos se evidencian referencias al cine de Spielberg (salvando las distancias, por si hace falta aclararlo) que van de “Tiburón” (1975) a “Jurassic Park” (1993), y son de buena factura técnica tanto en exteriores como en ese claustrofóbico sótano en donde ocurre gran parte de la acción.
“Infierno en la tormenta” (cuyo título en inglés, “Crawl”, propone un juego dual entre el estilo de nado y la forma de desplazarse de los reptiles), logrará entretener mayoritariamente al público no exigente y ávido de un rato de aventura eficaz. También es el tipo de película que se olvida pronto, pero eso es otro tema.