Cuando un enorme huracán categoría 5 llega a su pueblo en Florida, Haley (Kaya Scodelario) no hace caso a las órdenes de evacuación para encontrar a su padre desaparecido (Barry Pepper). Tras encontrarle herido en el entresuelo de su casa, los dos quedan atrapados por la inundación que cubre rápidamente el terreno. Con toda la zona evacuada ambos quedan allí, pero no quedan solos, porque la tormenta y la inundación han traído hasta la casa a dos enormes lagartos. Allí comienza la verdadera odisea por sobrevivir.
Es una queja habitual, pero no por eso menos atendible, que los film industriales más comerciales se apoderan de todas las salas ofreciendo un producto prolijo, a veces bueno, a veces malo, pero mayormente dentro de una medianía sin sobresaltos. Cuando el número de películas que ocupan la casi totalidad de la salas se impone, el problema no son esas películas, sino las demás, las que realmente asumen algún tipo de riesgo y valentía y que en su inmensa mayoría jamás llegaremos a ver. No hablamos aquí de un cine alternativo, sino del viejo cine taquillero de género que en una época tenía más dignidad y espacio. Infierno en la tormenta (cuyo sobrio título original es Crawl) es un excelente ejemplo de cine de género, de trabajo cinematográfico en estado puro, sin tanta especulación ni tibieza. Por eso es uno de los grandes estrenos del año y una pequeña joya para los amantes del lenguaje del cine.
La película no alcanza la perfección narrativa de esa obra maestra que es Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg pero tampoco busca la alegría desaforada y desprolija de esa fiesta delirante llamada Sharknado (2013). No es que esté justo a mitad de camino tampoco, porque sin duda es una película en serio cuya realización hace que todo lo que aparece en pantalla suene razonable aunque se le noten las esperables y bienvenidas exageraciones. No está demás decir que a pesar de todo la película se basa en historias reales, cosa que nos importa poco pero es bueno recordar para que los verosimilistas se queden sin excusas tontas.
En ese espacio de encierro en el que transcurre todo el film, el realizador consigue que todo funcione, que cada minuto de tensión sea real y que los sobresaltos y los momentos impactantes se distribuyan de forma prolija, sin ser constantes pero tampoco con mucho espacio para tomar un respiro. El pequeño lugar elegido para desarrollar la historia está aprovechado al máximo. Un encierro dentro de una tormenta, que es un segundo encierro más aislamiento. Un doble juego de tensión y peligro. Sorprendente como pocas películas actuales, capaz de hacernos saltar de la butaca de forma genuina. Esas películas que nos hacen sentir respetados y valorados como espectadores. El genuino deseo narrativo, el oficio de hacer cine.
Más cine, menos bajada de línea. Más cine, menos corrección política. Más miedo de cine, menos miedo al qué dirán. Pero a pesar de que lo que hace la diferencia acá es el cine, igual la película tiene otro tema que convive con la lucha entre la protagonista y los lagartos. Es la historia de una hija que busca que su padre se siente orgullosa de ella. No es necesario hacer tanto para eso, pero ella no lo cree y la emoción de la historia se juega también en ese nivel. En definitiva, Crawl tiene todos y cada uno de los elementos que hacen que una película sea buena.