Cuestión de género.
Género es una palabra que en este caso encaja perfecto en la propuesta de Alberto Romero, Infierno grande, con un interesante reparto entre quienes se destaca Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka. Ambos en el rol de mujer y hombre en la disputa por la violencia de género, ambos en el rol de cazador y presa para un cruce con ciertas ideas narrativas que buscan salir de la norma. Salir de la norma o el estándar para cumplir con la ley de empoderamiento femenino cuando la protagonista embarazada dice: hasta acá llegó mi amor…
Un hecho azaroso, con su marido golpeador inconsciente, es la chance de fuga y a partir de allí, en el camino, una galería de variopintos personajes para darle al paisaje un tono menos solemne. Anécdotas que van y vienen, siempre con los ojos en la espalda ante la inminente llegada del esposo traicionado.
La mala decisión de introducir un tercer elemento como voz en off del bebé por llegar malogra algunas buenas intenciones, sin embargo los secundarios generan empatía y si bien Alberto Ajaka no se luce demasiado esta vez,como en otras películas recientes, su personaje provinciano, candidato político que vive a la sombra del padre, por momentos convence.
Para Guadalupe Docampo simplemente un papel que le queda como anillo al dedo, sabe recurrir a distintos matices para generar esa ambigüedad entre lo frágil y lo fuerte mientras empuña un rifle que toma con tanta naturalidad como cuando debe sonreír ante un halago.
Infierno grande cumple con su objetivo, aunque siempre da la sensación que se viene un plus y ese plus no aparece. El género se respeta y la idea de encontrarle una vuelta de tuerca a la violencia de género también.