Los niños de la noche descoordinados
En la cuarta película de la saga Inframundo, Selene vuelve con todos sus artefactos, su voracidad y sus atuendos de cuero al cuerpo. Nada de ello solventa, en este caso, a la pobreza argumental de Inframundo: El despertar (2011).
Luego de los eventos sucedidos en Inframundo: Evolución (Underworld: Evolution, 2006), los humanos se organizan para llevar a cabo una “limpieza”, iniciando un genocidio contra vampiros y licántropos. Después de destruir al único híbrido sobre la faz de la tierra (Scott Speedman) la vampira Selene (Kate Beckinsale) es apresada y congelada dentro de un laboratorio con el objetivo de analizar su sangre y composición genética. Doce años pasan hasta que Selene logra escapar guiada por el rastro de su amado, Michael Corvin.
En 2003 se estrenaba la primer película de la saga Inframundo. Esa vez, siguiendo la línea impuesta por Blade (Blade, 1998), la historia retrataba al universo vampírico con heterodoxia mesurada. Atrás habían quedado las seducciones enigmáticas o las ambigüedades retozonas de antecedentes fílmicos como Entrevista con el Vampiro (Interview With the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994), Nosferatu (Nosferatu: Phantom Der Nacht, 1979) o Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992). Ahora, estos paradigmas se extinguen en pos del entretenimiento. Vertiginosamente, los vampiros y hombres lobos se convierten en carcasas de productos de acción y son bienvenidos, de esa manera, al desproporcionado mundo del entretenimiento popular.
Inframundo: El despertar se atiene a estos parámetros pero sofoca su efectividad al intentar llevar la pelea a la calle. Los enemigos aparentes, en esta historia, son los humanos. Científicos de investigación y sus ramas militarizadas. De repente el solapado submundo de los vampiros aflora a la superficie y son los humanos quienes toman el control. No sólo están a cargo por primera vez en toda la saga, sino que son plenamente conscientes de la vastedad del imperio hemofílico construido de manera subrepticia. Esto despoja a la película de su única fuente de potencial que sus antecesoras supieron aprovechar; el desarrollo de una contienda histórica recluida en una sociedad subterránea con la completa ignorancia del ser humano. En este caso, y en contrapunto absoluto con la entrega anterior, los vampiros y los licanos son especies en decadencia, al borde de la extinción. Con el empecinamiento humano por neutralizar a los agentes externos, este podría ser cualquier historia sobre el cercenamiento sistemático de la autoridad sobre las minorías, su resistencia y profética superación.
Con la masacre en las películas anteriores de los antiguos villanos, Inframundo: El despertar exigía la introducción de una nueva cara con vuelo y categoría, ya que las presencias de Bill Nighy y Michael Sheen son difíciles de sustituir. Ese lugar queda vacante y, aunque Stephen Rea lo ocupe momentáneamente, sus pocos minutos en pantalla imposibilitan una construcción sólida de su personaje y de la rivalidad entre él y Kate Beckinsale.
Si bien Inframundo siempre fue una saga de acción subvalorada, secuelas como estas dificultan la reversión de las circunstancias.