Antes de que los vampiros cayeran en la virginidad idiota de la saga Crepúsculo, la bastante menos que virginal Kate Beckinsale comenzó a protagonizar esta serie casi clase B de chupasangres contra hombres lobo, una especie de versión femenina de otra serie bestial, Blade. No hay muchas novedades aquí más que la manera como la actriz -que fue ganando aplomo y autoironía a medida que pasaron los años- se mueve como auténtica bailarina en estas lides glaucas y azulinas. Lo que en el fondo resulta el único motivo para ver lo que no es más que una trama bastante anodina y repetida de una amenaza sin cuento, una heroína inverosímil y una alianza que solo el peligro sin cuento justifica. Metáforas aparte, efectos especiales también aparte -¿a alguien asombran ya las criaturas gigantes y sus parientes?- el único motivo para meterse en un cine en busca de disfrute es seguir el juego kinético de la Beckinsale, versión morocha y seriota (pero “seriota” en broma) de Milla Jovovich. A veces esas cosas justifican el cine, cómo no.