LA MISMA (ABURRIDA) HISTORIA DE SIEMPRE
Durante la última edición de Fancinema Radio, Mex Faliero decía algo bastante cierto: al igual que Resident evil, Inframundo fue una película bastante intrascendente que casi sin que nos diéramos cuenta terminó transformándose en una saga -o más bien franquicia- sumamente redituable. En ambos casos, constituyen el legado principal -sino único- de sus actrices principales y detrás está la compañía Screen Gems, una de las divisiones de Sony Pictures, estudio al que últimamente le ha costado encontrar propiedades de rendimientos confiables. Definitivamente, hay cosas que no son casualidad.
Lo cierto es que antes de disponerme a ver Inframundo: guerras de sangre tuve el ligero temor de no poder entender bien los acontecimientos del film, ya que no había visto la anterior entrega. Mi aprensión pronto se mostró infundada: la película en sus primeros minutos, a partir de la voz en off de Selene (una Kate Beckinsale que ya tiene demasiado claro su rol y lo hace en piloto automático), se encarga de resumir toda su historia -es decir, desde el primer film- rápidamente, para que cualquier espectador desprevenido tenga todo bien claro sin mucho esfuerzo. Pero al film no le basta con esa explicación: todo se vuelve a explicar, una y otra vez, como si hubiera un temor casi irracional a que el espectador se pierda con una trama que en verdad no es tan complicada.
De hecho, el asunto es bastante simple: Selene es una paria, perseguida tanto por los vampiros como por los Lycans, aunque en el fondo ambos bandos desean su sangre y la de su hija, que serían factores claves para terminar la guerra de una vez por todas. Eso es todo, lo que realmente importa, aunque el film de Anna Foerster -apoyándose en el guión de Cory Goodman- se empeñe en agregar una serie de intrigas palaciegas y subtramas románticas que nunca llegan a tener relevancia porque los personajes tienen un desarrollo casi nulo. En Inframundo: guerras de sangre se nota mucho la intención de configurar un mundo complejo y atractivo, pero todo está hecho con una superficialidad y vacuidad alarmantes, siempre de la mano de un tono pretencioso y supuestamente trascendente. Encima el humor jamás se hace presente, a pesar de que había material fértil para la diversión, la parodia y la aventura. Lo único rescatable son un par de peleas cuerpo a cuerpo que aún desde el uso de unos efectos especiales no muy creíbles transmiten un aceptable nivel de tensión.
Hay que decir que la idea original de Inframundo tenía su atractivo, a pesar de constituir un Frankenstein que se alimentaba de múltiples fuentes. Sin embargo, ninguno de sus personajes supo generar empatía en el espectador, su universo es una sucesión de piezas inconexas y cada entrega se parece demasiado a la anterior. Por eso no es de extrañar que Inframundo: guerras de sangre aburra desde la más pura rutina.