En un futuro no muy lejano, el cambio climático, la pandemia, el uso y abuso de recursos naturales y varios otros males del estilo llevaron a la civilización “bienpensante” a abandonar la Tierra e instalarse en un planeta cercano llamado Kepler 209. Lo que parecía ser la gran solución para una elite se transformó en preocupación cuando descubrieron que, con los años, la nueva atmósfera dejaba estériles tanto a hombres como a mujeres. La solución fue mandar una misión exploradora de regreso a la Tierra como avanzada de un posible regreso. La súbita desaparición de ese primer grupo llevó, dos generaciones más tarde, a enviar una segunda expedición que pudiera recabar datos concretos sobre la posibilidad de procrear. Con la llegada de esta al planeta comienza Éxodo, la última marea.
Blake (Nora Arnezeder) y Tucker (Sope Dirisu) son los únicos sobrevivientes de un aterrizaje complicado, y muy pronto descubren que el planeta no está deshabitado, sino que todavía quedan los hijos de aquellos que su gente abandonó años atrás convertidos, a sus ojos, en salvajes.
La película de Tim Fehlbaum acierta en estética y fotografía, especialmente en su primer tercio. La falta de mayor presupuesto lleva al realizador a resolver a partir de una puesta en escena precisa, que va del plano claustrofóbico a tomas panorámicas que representan la inmensidad convertida en sorpresa para aquellos astronautas que solo conocen la Tierra a través del relato de sus mayores.
Un arranque climático, con buenas dosis de suspenso, se torna con el correr de los minutos en una película de acción, con Blake y su compañero capturados por los pobladores, y el descubrimiento de que nada es lo que parece. El guion avanza a buen ritmo, mientras desarrolla varios tópicos remanidos, que igualmente se dejan ver sin molestar demasiado. Una clase dominante que se cree superior al resto, el adoctrinamiento de mentes jóvenes y, especialmente, el concepto de maternidad como sinónimo de futuro, que está presente en todo momento, tanto en las acciones de los personajes como en objetos. Todo esto sumado a algún otro tópico ya visto y leído profusamente en múltiples obras de ciencia ficción.
En cuanto a las actuaciones, solo vale rescatar la de Nora Arnezeder, por ser el único motor del film. Su interpretación contenida va a la perfección con el tono de la película y la creación de climas, aunque permanentemente sobrevuela la duda de si se trata de un trabajo pensado o de limitaciones propias de la actriz para ofrecer mayores matices.
A pesar de no elevarse más allá de su planteo y de alguna que otra idea, Éxodo… funciona. Especialmente cuando desarrolla esta hipótesis de un futuro posible, donde la naturaleza, a pesar de haber dado todo de sí, quedó devastada por la acción del hombre. Ese mensaje, sumado a un atractivo estilo visual, dan como resultado algo más que un mero entretenimiento. Y eso siempre es de agradecer.