Fernando Spiner suele explorar dentro de los géneros: en la ciencia ficción, con películas como La sonámbula y Adiós, querida luna, o con una versión criolla del western en Aballay, el hombre sin miedo. Inmortal marca su regreso al cine fantástico, con una historia sobre la vida, la muerte y cómo el amor las traspasa.
Belén Blanco encarna a una fotógrafa que vuelve a su Buenos Aires natal para ocuparse de trámites pendientes tras la muerte de su padre (Patricio Contreras). Allí descubre que el científico, interpretado por Daniel Fanego, quien llevó a su padre a la bancarrota, tuvo éxito con su experimento para viajar al más allá.
La actriz ancla la película con una interpretación de expresividad sutil, que insta al espectador a acompañar al personaje en un proceso de duelo atravesado por un hecho fantástico. Cuando ese tono misterioso cambia, ante la aparición de las explicaciones y algunos efectos visuales que no terminan de funcionar, la película pierde un poco el rumbo tonal, a pesar de que el guion mantiene la trama ajustada por una estructura muy clara.
Inmortal construye un suspenso intrigante y plantea ideas sobre el duelo. Entre todo eso, propone una mirada singular sobre la ciudad de Buenos Aires, materializada en distintas secuencias, como la recorrida de un pasillo de hotel que parece infinito o la simetría del plano de un bar. Y su contracara en el más allá, un reflejo presentado en tonos amarillos pálidos, que subraya el valor de esa vitalidad, a veces abrumadora, de la ciudad de los vivos, frente a la quietud aplastante de la que habitan los muertos.