Cambio de cuerpo
El cambio de cuerpo ha sido tomado como tema en el cine en varias oportunidades, mediante dos géneros: el fantástico, aquel en el cual es el deseo el que produce el canje, y mediante la ciencia ficción, en donde los avances de la tecnología concretan la posibilidad. En ambos dos, el trueque se plantea como solución inmediata pero con consecuencias nefastas a largo tiempo.
En Inmortal (Self/less, 2015) estamos dentro de la ciencia ficción pero en formato thriller de acción. Los avances en genética ayudan al multimillonario interpretado por Ben Kingsley a trasmutar su moribundo cuerpo al de Ryan Reynolds. Al principio el tipo la pasa bomba –más joven disfruta deuna suerte de renacer- pero luego averigua la verdadera procedencia del cuerpo, que resulta no ser construido “artificialmente” como le comentaron en el laboratorio, sino que matan gente necesitada para hacer el enroque. Al tipo, multimillonario que no quiere ni a su propia hija, le agarra de golpe un arranque de moral, y mediante los recuerdos en cuentagotas del cuerpo usurpado, trata de ayudar a la mujer e hija del susodicho, busca redimirse de su vida pasada y terminar con la “empresa” que realiza la funesta transacción.
Como buen cine clásico que es, la película se toma el tiempo necesario para construir -con suspenso- los motivos y vínculos del protagonista. Con él nos identificamos y entendemos su punto de vista para luego del famoso cambio, arrogar por la búsqueda de justicia que entabla el personaje. El formato del fugitivo enlaza la segunda mitad de la trama, con el tipo escapando de la corporación, sólo y con los conocimientos de marine adquiridos en la vida pasada por el cuerpo adoptado. La chica y pequeña hija van con él y el hombre tendrá que convertirse en héroe y padre, mientras atrapa a los malhechores antes que ellos a él.
Estamos frente al cine clásico más convencional y efectivo. Con un buen ritmo de relato, una historia novedosa y conocida a la vez. El director Tarsem Singh le da un giro interesante a la trama del cambio de cuerpo, trazando bien la psicología del hombre común en el protagonista primero, y resolviendo con ingenio coreográficas escenas de acción después. Como tal, la película es una fábula sobre las consecuencias de la ciencia, en este caso, en el querer ser inmortal. Las comparaciones al respecto vienen a la mente con velocidad: desde La muerte le sienta bien (Zemekis, 1992), pasando por Quisiera ser grande (Big, 1988), hasta El vengador del futuro (Verhoven, 1990). Y por supuesto muchas más.
Inmortal no trata en ningún momento de ser realista ni creíble, la verosimilitud está en base a construir un mensaje –que incluso se menciona en los diálogos- mediante la fábula con moralina que plantea. En esa intención, no deja nunca de entretener y ser atractiva en su propuesta.