Memoria letal
Algunos de los tópicos predilectos del escritor de ciencia ficción Phillip K. Dick (el mismo que escribió los relatos en los que se inspiraron películas como “Blade Runner” y “El vengador del futuro”) están presentes en “Inmortal”: la identidad, la memoria, la percepción, los límites entre realidad y ficción. Los guionistas, David y Álex Pastor, tratan en algún punto de actualizar reflexiones al respecto. Pero estas intenciones, que bien llevadas podrían haber configurado un trabajo cuanto menos interesante, se desdibujan antes de promediar el metraje, cuando todo atisbo de profundidad se posterga para dar paso a una película de acción (muy) convencional, que se desluce hasta desembocar en un final que decepciona por lo simplón. La interpretación de Ben Kinsgley, lamentablemente reducida a pocos minutos, es lo más destacable de “Inmortal” que se dedica a desperdiciar una premisa que, no por recurrente, carece de potencial.
La historia (que parece ya vista y de hecho es así, ya que existe un film rodado en los ‘60 llamado “Seconds”, de John Frankenheimer, con Rock Hudson) está centrada en Damian (Kingsley) un multimillonario que padece los tormentos de un cáncer terminal. “Apenas me quedan seis meses de vida”, asegura a su mejor amigo y socio Martin (Victor Garber). Entonces le llega, a través de una enigmática tarjeta, la posibilidad de transferir su conciencia —a partir de una compleja cirugía y la erogación de 250 millones de dólares- al cuerpo de un hombre más joven (Ryan Reynolds). O, como le dice el maquiavélico científico que impulsa el proyecto, de otorgar a “las mentes brillantes más tiempo para terminar su tarea”. Culminada la intervención, al principio, el ex magnate disfruta su “flamante” juventud, pero pronto comienzan a emerger recuerdos de la vida anterior. Y entonces inicia una cruzada para descubrir la procedencia e identidad del “cuerpo” que ahora habita. Lo cual pondrá en peligro su vida y la de la familia del hombre cuyo cuerpo han usado como “recipiente”.
Hay determinados problemas conceptuales que quebrantan la historia. ¿Es plausible, por ejemplo, que un millonario que tuvo el aplomo para construir un imperio y que, como se muestra en una de las escenas que abre la película, posee las dosis necesarias de astucia y cinismo para mantenerlo en pie, acepte con tanta ingenuidad el procedimiento? Menos aún lo es el giro que viene después, cuando comienzan las alucinaciones y con ellas dilemas morales que ni siquiera se habían esbozado. No se trata de abandonar la apuesta por el entretenimiento, sino de identificar mejor las motivaciones de los personajes.
A medias
Por otra parte, la tentativa de reciclar a Ryan Reynolds como héroe de acción, en una jugada parecida a la que se probó con Sean Penn en la mediocre “The Gunman”, que también se estrenó este año, se cumple a medias. Es buen actor, carismático y dúctil (lo demostró sobradamente en esa pequeña joya que se titula “Enterrado”, donde se pasa los 93 minutos de la película encerrado en un ataúd, con un teléfono celular a punto de quedar sin batería) pero esta vez le queda muy escaso margen para demostrar sus habilidades. Por lo demás (con la honorable excepción de Kinsgley) el reparto es discreto.
Es posible reconocer algún débil eco del mundo onírico trazado por el director Tarsem Singh en la perturbadora “La celda” (2000), que también se erige sobre una trama de experimentos vinculadas con la mente humana. Pero en aquel film, el realizador era más coherente con su convicción de impresionar, subordinada a toda pretensión de verosimilitud. En el caso de “Inmortal”, trata de abarcar muchas disyuntivas éticas y no están bien planteados los interrogantes (como en algún momento de la historia, el científico interpretado por Matthew Goode le recrimina a su paciente Kinsgley-Reynolds). Al igual que al protagonista, la película es fallida en la medida en que le falta definir su identidad. Y apostar a ella.