La guerra de los dioses
El género de la épica clásica siempre le ha dado jugosos dividendos al cine. Así lo demostraron megaproducciones como "Troya" de Wolfgang Petersen (2004) y "300" de Zack Snyder (2007), que sacudieron la taquilla cuando fueron estrenadas. Otras películas, como "Percy Jackson y el ladrón del rayo" (2010, Chris Columbus) o "Furia de titanes" (2010, Louis Leterrier) no tuvieron tanto impacto (la crítica las destrozó), pero igualmente sirvieron para ratificar que el género goza de buena salud. Una salud que el director Tarsem Singh supo capitalizar con "Los inmortales".
La historia, que tiene sus raíces en la mitología griega, fue explotada al máximo a través de escenas monumentales. Singh es un experto a la hora de crear escenarios que dejan sin aliento al espectador, tal como lo demostró en "La celda". Ahora, en su regreso a la pantalla grande, Singh ratifica que no ha perdido un ápice de su talento. En el filme hay momentos realmente majestuosos. Como la recreación del pueblo en el que vive Teseo, enclavado en las alturas de una gigantesca grieta rocosa. El mismo Singh ha comentado que se inspiró en los cuadros de Caravaggio. Y, en consecuencia, cada uno de los escenarios tiene esa aura clásica, en el que la luz y la sombra juegan un papel fundamental.
Pero poner a un sibarita de la fotografía detrás de cámara no garantiza una obra maestra. Y eso es lo que ocurre con "Los inmortales". El primer problema que tiene este filme radica en el guión. La clásica historia narrada en la mitología griega es manipulada hasta el paroxismo con detalles que poco tienen que ver con la odisea de Teseo. El protagonista, por ejemplo, es retratado como un simple campesino adiestrado por Zeus en los secretos de la guerra. Pero de ninguna manera aparece como el mítico rey de Atenas, hijo del dios Poseidón. Los titanes no son gigantes horrendos sino un puñado de reos empalados como un metegol humano; y los dioses no se presentan como inmortales, ya que por una curiosa cláusula divina descubren que pueden matarse entre ellos. Esta mezcla entre mitología y ficción moderna, conspira contra el filme, que por momentos se vuelve monótono. La interacción entre los personajes tampoco ayuda. Los diálogos son más que correctos en su contenido, pero casi ninguno de ellos resulta emocionante. Henry Cavill, en el rol de Teseo, tiene el porte de un dios, pero su discurso no convence y hasta suena demasiado hueco. Sólo las abundantes escenas de acción sacan del letargo al espectador. Y lo hacen con la mayor crudeza: con abundante sangre y mutilaciones. Un párrafo aparte merece la labor de Mickey Rourke, que compone un Hiperión despiadado y fascinante, amante de las mutilaciones y las torturas, que al mismo tiempo deja al descubierto su infierno interior.
Un consejo: ver la película en 3D puede convertirse en una experiencia inolvidable.