Nada nuevo bajo el sol
La publicidad del film Inmortales (Inmortals, 2011) utiliza orgullosamente como su principal slogan que sus productores son los mismos del film 300 (2006). Esto no lo dice todo, pero si a esta presentación le sumamos las imágenes promocionales, no queda mucho por decir respecto del producto cinematográfico a ser presenciado. En pocas palabras, con muy pocos datos en su haber el público ya sabe qué es lo que verá en la pantalla: mucha sangre, torsos masculinos fornidos, cabezas cortadas por doquier y una trama inverosímil disfrazada de épica. A cambio de pasar dos horas con aire acondicionado, el precio no está nada mal.
Cuenta el mito que cuando los seres inmortales libraron una batalla, los vencidos, ahora llamados titanes, fueron apresados en el interior del monte Tártaro. Por su parte, los vencedores, ahora los dioses, ascendieron a los cielos. El Rey Hiperion (Mickey Rourke) es quien ahora desea terminar con la humanidad y liberar a los titanes y así destruir Grecia. Pero Teseo (Henry Cavill), un campesino y guerrero elegido por los dioses, es quien deberá guiar a su pueblo para frenar a Hiperion y vengar también la muerte de su madre en manos de aquel. Una joven, valiente y seductora pitonisa auspiciará de guía de este muchacho, y será también quien vehiculice el infaltable romance del film.
La presencia de Mickey Rourke es probablemente lo único rescatable de Inmortales. Como un despiadado e inescrupuloso villano, su caracterización en el film es más que acertada y acorde a la estética general. Todo lo demás es inconsistente, predecible, aburrido y repetitivo. Esta apreciación no tiene en absoluto que ver con el género del film, sino más bien con su extrema banalización. Es claro que este tipo de géneros se prestan a una estética determinada como la que proponen los productores de 300 y, más allá de los gustos, puede resultar atractiva a cierto público. Pero aquí, todo se torna tan absurdo que llega a resultar cómico. Pareciera ser que los tiempos míticos en el cine abren posibilidades fantásticas sobrenaturales sin rigor alguno y aquí es donde falla la película. Para jugar al relato épico apela a un tono serio y solemne que no deja siquiera lugar para una mínima emoción o espacio a la imaginación del público.
A esta intrincada historia no le hace falta ningún elemento. O quizás haciendo alarde de sus recargadas imágenes, el relato no se abstiene de incluir nada, excepto la sobriedad. Ni siquiera se pide un poco de coherencia en un film que no busca en ningún momento conectar con lo verosímil, claro está. Pero la caricatura barata, básica, para nada simbólica de los mitos aquí ya aparece como un desquicio sin medida. El relato épico pierde toda dimensión y sentido, y lo que se sobredimensiona son imágenes vacías y hechas para hacer una película más en 3D.