Mis modelos de conducta
Cuando Louis Zamperini (Jack O’Connell) está a punto de competir en los Juegos Olímpicos, mientras canta el himno y espera, de pie, junto al resto de los deportistas, mira a su alrededor y sus ojos se posan sobre otro atleta, suponemos que de origen japonés. Esa mirada recíproca de camaradería, el gesto amable que se devuelve, adelanta un poco el mensaje: se trata de hombres de diferentes países, credos, religiones, reunidos bajo un evento común (llámase juegos olímpicos, llámase guerra mundial), que, bajo otras circunstancias, bien podrían haber sido amigos, camaradas. Cómo los acontecimientos pueden modificar por completo las relaciones entre los hombres. Cómo esos soldados, en realidad, no guardan ninguna inquina hacia quienes enfrentan, excepto el hecho de pertenecer a países distintos, enfrentados bajo guerras que no les pertenecen y a las que obedecen ciegamente.
Muchas películas sobre la Segunda Guerra Mundial este año. Cada una desde su perspectiva, focalizándose, en la mayoría de los casos, en un hombre más bien extraordinario que supera los avatares de la guerra y se transforma en héroe y modelo de conducta. Todas basadas en hechos reales, como si acaso el mote le confiriera un aire aun más épico a la gesta heroica.
Hay algo de mensaje aleccionador de vida también, una suerte de exhortación a que todos podemos superarnos si nos los proponemos. Si un tipo sobrevive a dos bombardeos de avión, a una estadía de un mes en una balsa en el medio del océano y a un campo de prisioneros japonés, imaginate vos, si no vas a poder salir adelante, con tus problemitas nimios de todos los días. ¿Tan desesperados estamos por encontrar un paladín que nos inspire? ¿Tan desahuciados estamos como para que nos vivan enrostrando modelos de conducta? Yo creo que sí, pero eso no implica bajo ningún punto de vista que vayamos a hacerlo, que vayamos a dejar de quejarnos de las pelotudeces de las que nos quejamos y tomemos súbita conciencia de que con esfuerzo y determinación todo se puede lograr.
Pero ahí está Angelina Jolie para narrarnos la vida de Louis Zamperini, más que su vida, su derrotero religioso de toma de conciencia respecto de sus actos y de los del prójimo. Como buen ítalo-americano, Louis cree en la familia y en trabajar duro para ser alguien en la vida (no en el sentido protestante del trabajo sino ligado a la necesidad de salir adelante en el seno de una familia de inmigrantes humildes y como forma de reivindicación personal). Y, cuando se lo propone, llega a ser alguien, lo cual ya lo perfila como un ser extraordinario.
Louis gana las olimpíadas y se va a la guerra, y ahí también sobresale, no por sus cualidades de combate, sino más bien por su gran obstinación para no darse por vencido.
Cuando su bombardero cae en el medio del océano y Louis tiene que sobrevivir en una balsa durante más de un mes, lo que lo salva es la fe y la entrega para con sus compañeros. Cuando todos parecen listos para darse por vencidos, ahí están Louis y su conciencia para apuntalarlos y darles fuerza.
Angelina Jolie nos contará en Inquebrantable más que la vida de Louis Zamperini, su derrotero religioso de toma de conciencia respecto de sus actos y de los del prójimo.
Y Louis no solo es generoso con sus compañeros y amigos, también lo es con sus enemigos. Y ahí aparece la moralina: la religión es el motor de ese comportamiento y, en última instancia, de la salvación. Los que se salvan son aquellos que creen, que ayudan y, sobre todo, que perdonan, que ponen la otra mejilla.
Y así es cómo Louis le pone la otra mejilla una y otra vez a su archienemigo, Watanabe, el oficial japonés que ve en él algo distinto (de nuevo lo extraordinario) y lo hostiga a la vez que lo seduce. La apariencia andrógina de Watanabe no hace más que reforzar el juego de seducción entre ambos (por momentos, parece y se comporta como una mujer, que ve en Louis a un hombre fuerte, protector y gentil). Pero como el sentimiento no es del todo correspondido, Watanabe redobla las apuestas a niveles vejatorios. Louis, como buen cristiano y modelo de conducta, perdona, durante y después de la guerra. “Vos y yo podríamos haber sido amigos”, le dice el oficial, a lo que él no responde. Pero, no bien se anuncia el rendimiento de las tropas japonesas, Louis, mientras sus compañeros festejan con birra y chocolate, corre a buscar a Watanabe, acaso para consumar el deseo, acaso para perdonar, como luego intentará hacer infructuosamente años más tarde.
El hombre extraordinario que perdona, que busca a sus captores para hacer las paces, que luego dedica su vida a impartir la palabra de Dios, que logra volver a correr en las olimpíadas (de Japón) a los 80 años.
Cuántos modelos de conducta trae este 2015. Cuántas lecciones de moral. Cuántos mensajes de fe y autosuperación. Parece que cada tanto hay que reflotar el cuentito de la crisis de valores de la sociedad moderna y enrostrar a algún que otro “basado en hechos reales” para devolver algo de esperanza. No sé ustedes, pero yo me quedo con John Waters, Lady Zorro, Bobby García y Leslie Van Houten, modelos de conducta sin valquirias ni dogmas.