Sólida, pero algo estereotipada.
Una vida de película. La frase hecha, el lugar común tantas veces utilizado de manera recurrente y exagerada, le calza a la perfección a la épica de Louis Zamperini (Jack O'Connell), corredor olímpico devenido integrante de la fuerza aérea estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, período en el que pasó 47 días perdido en el mar a bordo de una balsa y luego dos años en condiciones infrahumanas en un campo de detención de los japoneses. Una historia extraordinaria narrada de forma bastante ordinaria (aunque con algunos méritos que deben reconocérsele) por Angelina Jolie.
En su nueva incursión detrás de cámara, la diva hollywoodense propone tres películas en una y tamaña ambición hace que los 137 minutos se sientan tanto como el cansancio que sufre el protagonista en su faceta inicial de corredor, la sed y el hambre que nublan al náufrago en la segunda parte y el dolor que aqueja al torturado prisionero de guerra en el extenuante último episodio.
Es cierto que Jolie apuesta en líneas generales por la contención (hay, sí, algunas frases "célebres" y algunos momentos donde cede a la tentación de subrayar el heroísmo y la nobleza "inquebrantable" de Zamperini), pero así y todo cuesta entender cómo escritores de la talla de los hermanos Coen, Richard LaGravenese (autor de Pescador de ilusiones) y William Nicholson (Gladiador) pudieron entregarle a Jolie un guión tan elemental, que arranca con estereotipos sobre la comunidad ítalo-norteamericana, remeda luego a Una aventura extraordinaria, de Ang Lee, y cierra con un regreso al rigor y el sadismo de los militares japoneses.
Con el aporte de técnicos de primer nivel, como el extraordinario fotógrafo Roger Deakins, Jolie construye una película sólida y digna, es cierto, pero no demasiado atrapante. De todas maneras, su indudable oficio y el éxito comercial conseguido en los Estados Unidos le auguran un promisorio futuro también en la silla de directora. Delante de cámara, se sabe, ya lo tiene asegurado desde hace rato.