La ley del más fuerte.
En su segundo trabajo como directora, Angelina Jolie toma como su mayor guía y referente a Clint Eastwood (sin duda, uno de sus grandes maestros), dotando a su nueva película de un clasicismo y una sobriedad propias del octogenario director.
En 2010, Eastwood se propuso con Invictus realizar una película deportiva, política y al mismo tiempo con un fuerte contenido social, que apelaba al perdón como alegato contra la violencia. Bueno, lo más reciente de Jolie en su faceta de directora se parece mucho a una de esas películas inclasificables de Clint. Con una historia nada fácil de contar, como la del atleta olímpico Louis Zamperini (quien tras sufrir un accidente aéreo cuando su bombardero se estrella en medio del Pacífico, queda a la deriva en el mar durante 47 días, y luego cae en manos de los japoneses para terminar en un campamento de prisioneros hasta finalizada la Guerra), la actriz de los labios más carnosos en Hollywood se anima a filmar una película sumamente masculina, con la potencia de Bigelow y el clasicismo eastwoodiano como sus principales aliados.
Si la escena inicial de Invictus era vital para comprender lo que estábamos a punto de ver, es decir, cine clásico del mejor, el comienzo de Inquebrantable habla el mismo lenguaje. Luego de una gran secuencia de acción aérea en el bombardero de Louis y sus compañeros, se produce un flashback a lo Francotirador, en el que vemos al pequeño Zamperini en la Iglesia con su familia, que lo pinta de cuerpo entero: él está sentado pero moviendo los pies como si estuviese corriendo.
Jolie, al igual que su protagonista, también fue testigo de varios horrores durante sus viajes como embajadora de la ONU y conoce de cerca el sufrimiento humano, que se ha convertido en el eje temático de su filmografía como directora desde su ópera prima, En la Tierra de Sangre y Miel. Aquí ese padecimiento se vuelve cada vez más intenso y opresivo hasta el punto en que resulta desesperante, poniendo a prueba los límites del personaje y del espectador. La directora va subiendo la apuesta, minuto a minuto, tomándose su tiempo para exponer todas y cada una de las humillaciones -físicas y psicológicas- a las que fue sometido Louis, prolongando el martirio de esa rutina que se vuelve más terrible con cada nuevo día. Pero la muerte nunca es vista como la salvación, sino todo lo contrario: el deseo de vivir es lo que le da al protagonista la fortaleza necesaria para soportar cualquier maltrato. El exceso de metraje se hace palpable en cuanto a la densidad que adquiere el relato, pero esto no afecta en ningún momento a la historia: cada segundo es necesario para trasmitir la emoción correspondiente, algo que no funcionaría si las escenas fueran más cortas. La belleza de la película se encuentra en la simpleza de su construcción y la economía de recursos que utiliza para narrar. Basada en la novela escrita por la periodista Laura Hillenbrand, la película podría haber caído fácilmente en la comodidad de las frases pretenciosas, golpes bajos y moralejas varias, pero eso jamás ocurre, porque como lo hizo Eastwood con Invictus, creando en Mandela un personaje “bigger tan life”, que no solo era real sino también muy ficcional, Jolie concibe a Zamperini como una suerte de Hércules moderno.
La banda sonora a cargo de Alexander Desplat, que en El Código Enigma resultaba redundante, en este caso se potencia con la imagen y funciona como un halo de esperanza con ecos de John Williams, que nos impulsa a seguir adelante. Justamente Inquebrantable triunfa donde El Código Enigma naufragaba, desperdiciando su oportunidad de engrandecer una historia real a través de las infinitas posibilidades del cine. Jolie consigue algo más que trasladar a la pantalla grande una increíble historia de supervivencia, y es haber capturado el espíritu clásico del cine norteamericano de los ’40 en la grandeza de su protagonista y con el gran Eastwood como mentor. Nada más y nada menos.