Vida de película
Según el historiador estadounidense Studs Terkel, la Segunda Guerra fue la “guerra buena”: no hay manera de tener enemigos más malos que los nazis o, en este caso, los japoneses del emperador Hirohito. En su segundo largometraje como directora, Angelina Jolie parece seguir los pasos de Brad Pitt en Fury, pero su trabajo es más ambicioso y el material lo amerita.
Inquebrantable es el biopic de Louis “Louie” Zamperini, un italoamericano que llevó una vida de película: de arrebatador callejero a corredor olímpico, a náufrago a prisionero de guerra y héroe nacional. La película empieza con un enfrentamiento aéreo; el avión de Zamperini cae en el Pacífico y, junto a un grupo de sobrevivientes, transcurre varios días en un bote, resistiendo tifones y tiburones. Una mañana los despiertan dos noticias. La buena es que los rescatan soldados. La mala es que los soldados son japoneses.
Si la primera hora de la película transcurre tediosa, entre el naufragio y los flashbacks al pasado familiar y olímpico de Louie, la segunda hace un despliegue de violencia con saña a la Mel Gibson, carente de la astucia del australiano. En el pabellón de reclusos, Zamperini es tomado de punto por el oficial Watanabe (la estrella de rock nipón Miyavi), quien lo somete a una interminable cadena de suplicios cuyo colofón, un asombroso sobreentendido argumental de los hermanos Coen (sí, Joel y Ethan oficiaron de guionistas), es la condena de Louie a soportar un leño sobre sus hombros como Jesucristo. La vida de Zamperini, extensa, sin duda y repleta de anécdotas recortadas en el film (como su encuentro con Hitler), hubiera merecido un tratamiento no tan comprensivo como focalizado. Una oportunidad que se echó a perder.