DE NO CREER
El comienzo de Inseparables es ejemplificador de muchos de los problemas del film y algunas de las salvedades que evitan que sea un absoluto desastre: lo vemos a Tito (Rodrigo De la Serna) conduciendo un auto -bien de alta gama- en el que lleva a Felipe (Oscar Martínez), manejando a alta velocidad por las calles de Buenos Aires, siendo detenidos por la policía y sacándose el problema de encima con un par de avivadas. Ya desde la puesta en escena, el montaje y especialmente la banda sonora (que atrasa treinta años) el film nos quiere vender que ese momento es liberador, conmovedor y hasta un poco gracioso, sin darse cuenta de que para generar esas sensaciones en el espectador le falta algo tan simple como esencial: personajes con los que empatizar, básicamente porque no los conocemos, ya que estamos en el minuto uno del metraje. Hay cuestiones narrativas muy importantes que el guión no parece tener en cuenta, como si pensara que inmediatamente el público debe conectar con los personajes casi por decantación porque está ante una historia de “hondo contenido humano”. Es decir, no importa el relato o la construcción de conflictos: importa el tema, el tópico, o directamente el “mensaje”. Ante eso, lo único que se puede destacar es cómo De la Serna y Martínez salvan la secuencia en base al oficio que poseen y la química que generan entre sí, a puro timing cómico y simpatía.
Lo cierto es que esto sucede porque a esta altura del partido, Marcos Carnevale ya creó desde su filmografía una especie de subgénero dentro del cine nacional de los últimos años, que podríamos denominar “mensajismo desde las clases pudientes”. Desde allí, nos habla sobre la necesidad de superar la discriminación, la intolerancia, las diferencias, la falta de afecto, la violencia, con una facilismo en su mirada que nos hace recordar a cuando Susanita, la amiga de Mafalda, terminaba de leer el diario y decía, bostezando, “ahhh, por suerte el mundo queda tan, tan lejos…”. Films como El espejo de los otros, Corazón de León o Viudas parecen tener todas las respuestas, que vienen en forma de mensaje bienintencionado y progre, y que en verdad nos revelan que todo se soluciona muy pero muy fácil en un universo al que se observa con la tranquilidad que ofrece la distancia. Inseparables es una nueva oportunidad para que Carnevale nos plantee conflictos para inmediatamente negarlos, porque para todos los problemas existe una única y simple resolución.
En el caso de Inseparables, Carnevale cuenta con material previo, que es el film original francés Amigos intocables, y frente a eso hace la más fácil de todas, que es reproducir exactamente la misma estructura narrativa, con las mismas características para los personajes, las mismas situaciones, los mismos diálogos, los mismos chistes y alguna que otra diferenciación idiomática. Eso le permite llevar adelante un relato mínimamente coherente, con algunas secuencias potables, pero no mucho más, porque también repite las fallas de la película de Olivier Nakache y Eric Toledano: esto es, la falta de un vínculo coherente y consistente entre los protagonistas, además de una media hora donde la trama gira en el vacío, sin hallar un hilo que conduzca las acciones e incluso regodeándose en la repetición de situaciones.
Lo único que parece tener para aportar Carnevale -además de su notoria incomodidad cuando tiene que filmar por unos minutos a las “clases bajas” de este país- es el elenco, e incluso ahí no termina de notarse la mano del director, sino la interpretación propia que consiguen hacer los actores. Ahí la tenemos a Carla Peterson cumpliendo con su papel y Alejandra Flechner otra vez demostrando que lo suyo es la discreción, los gestos y miradas justos en el momento correcto y el lugar indicado. Y claro, a Martínez dándole una gran dignidad a su rol, sin resaltar sus padecimientos, y a un De la Serna en estado de gracia, pasando del drama a la comedia con una ductilidad que evidencia que, si no es el mejor actor argentino del momento, le pega en el palo, porque está en condiciones de llevar a buen puerto lo que sea. Hay demasiadas escenas en Inseparables que son inverosímiles, poco creativas, con una concepción del drama o el humor que asombra por su esquematismo. Y sin embargo, por momentos podemos creer en ese vínculo entre Felipe y Tito, entre ese hombre acaudalado pero que se siente aprisionado en su silla de ruedas, y ese compañero de vida que le aparece de la nada y que también tiene demonios internos por combatir. A Martínez y De la Serna les creemos. A la película que es Inseparables, no.