Canción desesperada
Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis, 2013), la más reciente película de los hermanos Ethan y Joel Coen, reduce la habitual dosis de cinismo que generó tantos amantes y detractores de su cine. Cuenta la historia de Llewyn Davis, un músico que no encuentra su lugar en el mundo.
Greenwich Village. 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac, inmejorable) es un cantante de música folk que, con su guitarra a cuestas, emprende un viaje. ¿Hacia dónde? Hacia ninguna parte, tal vez. Lo urge encontrar una salida económica; ni un digno abrigo tiene este joven que, en pleno invierno neoyorquino, deambula de casa en casa porque no tiene ni siquiera una cama propia. Su ex novia (Carey Mulligan), que le brinda con la peor de sus caras un asilo momentáneo, lo detesta. Cree que él es el peor hombre del mundo. No es tan diferente la situación con su hermana. Y en medio de tamaño panorama, Llewyn toca su guitarra y canta. Una música embriagadora, magnética. Aunque, a decir verdad, a nadie le importa demasiado.
En este nuevo relato sobre un perdedor (figura que los Coen adoran; recordemos El gran Lebowski y El hombre que nunca estuvo), los cineastas se permiten filmar al protagonista a un costado y no “por encima”, al menos en una buena parte del metraje. La simpatía y la antipatía que éste genera son proporcionales a la magnitud de sus acciones; en una misma secuencia puede resultarnos enternecedor y revulsivo a la vez; como cuando lleva un gato perdido a la casa del padre de un amigo que se suicidó y allí nomás se despacha con una diatriba innecesaria, hiriente.
En esa espiral de lugares “de paso” que estructura al film, el guion no cede esa tensión latente que opera por acumulación y que jamás estalla. En tal caso, cada estadio en el derrotero del músico es un pequeño, diminuto, estallido en sí mismo. Sí es evidente que la inclusión de un negrísimo personaje (la tentación de trabajar con un actor icónico en sus carreras: el enorme –en todo sentido- John Goodman) desborda aquello que la película deja bien en claro: el mundo para Llewyn Davis tiene una maldad socarrona. Su casi inválida criatura encarna esa sombra de pesadilla que no sólo lastima, también burla. Pero no aporta mucho al arco dramático.
Balada de un hombre común transcurre cincuenta años atrás, pero excede al retrato de época. Hay un conflicto que se podrá resolver con un aborto y un contrincante carismático (Justin Timberlake, sumando créditos como actor): temas en plena vigencia. Los ’60 revelan esa paradoja de prosperidad americana para unos pocos, cuyo reverso es este artista “maldito”, más para los ojos contemporáneos que para los coetáneos al personaje: apenas un perdedor. Como sea, la temporalidad del film nos regala unos temas entonces en boga bellísimos, por más que a su intérprete sólo le den monedas y algún que otro golpe.