El maestro Osvaldo Soriano dio (nuevamente) en la tecla cuando escribió su maravillosa novela que da tíulo a esta reseña. En ella se narraban las desventuras de unos Tan Laurel y Oliver Ardí (recordados El gordo y El flaclo) luego de su apabullante popularidad, luego de la llegada del cine sonoro al que no pudieron adaptarse, viejos, y sumidos en una miserabilidad máxima en la que también había caído su acérrimo enemigo, Charles Chaplin. Triste... es un tratado sobre la fama efímera y el cachetazo que recibe el artista luego que le pasa su cuarto de hora.
Pero Soriano, habil narrador, no se quedaba en ese penoso retrato de miseria, lo adornó con cierto aire de tragicomedia y le adosó una trama de policial negro atrapante... esto es lo que no encontramos en Balada de un hombre común.
Los hermanos Coen, fieles a su estilo, crearon otra historia de perdedores que terminan volviéndose, a la fuerza, en queribles. Esta vez se trata de Llewin Davis, músico de género folk, que tuvo un momento de cierta fama en el que cantó algunas canciones en dúo con un amigo, pero ahora (se ambienta en los años ’60) el éxito le es esquivo, y este “hombre común” transita por la vida, básicamente porque el aire es gratis. Abandonado a la suerte, Davis duerme en el sillón de varios amigos, realiza algunas pruebas, se hunde cada vez más en la miseria, y su vida no parece tener rumbo alguno; sólo se tiene a él mismo y a su música.
Muchos de los que lo tratan, como su ex novia, su hermana y algún amigo lo detestan, otros lo tratan con lástima, con condescendencia lastimosa; y realmente Llewin Davis es un ser que llama a que nos compadezcamos de él.
Joel y Ethan Coen narran esto, la historia de un hombre con una mano atrás y otra adelante, que no tiene nada, y no puede salir de la miseria en la que se encuentra, que viaja, que quiere hacer una presentación para un importante productor para ver si su futuro de una vez por todas cambia (aunque sabe que esto es muy difícil y lo abruma el espíritu derrotero); y nada más.
Hay historias que quizás nazcan para ser cortometrajes, y ciertamente Balada de un hombre común se vuelve un film repetitivo, que no avanza, y que pareciera quedarse sin nada más que contar promediando la mitad de su metraje.
Sí, la interpretación de Oscar Isaac como Llewin Davis merece todas las palmas, está acompañado por un elenco de lujo que no desentona, y se sabe que los Coen poseen un soberbio manejo de planos, cámaras y tonalidades para una fotografía más que interesante. Por supuesto, la banda sonora también será de gran aporte. Pero estos logros se diluyen en un material poco interesante.
Como historia de vida, Balada... no presenta salida, abruma. Allí donde Soriano utilizaba esa miseria como punto de partida para una serie de personajes magistrales, los Coen hicieron un todo, tomaron una premisa y no la desarrollaron. Quizás, quienes quieran sentirse felices con los logros que alcanzaron en sus vidas encuentren en este film un aliciente a su alma.
Por otro lado, no conviene analizar ideológicamente una postura que nos plantea un camino trágico para aquel que decide vivir únicamente de acuerdo a sus ideales.