El cine de los hermanos Joel y Ethan Coen siempre se ha caracterizado por pintar con maestría universos de seres desolados que gracias a su particular mirada terminan generando empatía y hasta identificación en el espectador promedio.
Mucho de ese encantamiento, casi de ensoñación, se debe a su protagonista Oscar Isaac. Bastará verlo un segundo en pantalla para saber que nos cautivará durante los poco más de noventa minutos que componen el film.
Isaac interpreta a LLewyn Davis a un cantante folk que forma parte de un reconocido duo que se ve obligado a emprender una carrera solista luego del suicidio de su compañero. Como muchos artistas solo alcanza su estado de plenitud cuando se expresa a través de su arte, fuera de esto su vida entera es una oda a la errancia emocional. Pero cuando se sube a un escenario, por mas pequeño que el mismo sea, brilla con luz propia y lográ que todas las miradas se fijen en él y su guitarra.
Será este constante deambular sin rumbo la principal constante de todo el relato, desde su frustada vida amorosa con Jean(una magnética Carey Mulligan) hasta la constante busqueda de reconocimiento artístico. El mundo del Greenwich Village es mostrado tan inhospito como el clima en el cual se desarrolla la acción. Y la industria tan gélida como el temido in.
No es antojadizo que el animal que acompaña a Llewis durante todo el film sea un gato(al que el se ve atado por circunstancias totalmente fortuitas), dado que el mismo funciona como la más clara metáfora de la personalidad del joven cantautor. Un ser errante que tan sólo busca la satisfacción de sus pulsiones más básicas(techo, comida y eventuales encuentros sexuales) estableciendo para ello vínculos tan fugaces como tibios.
La única verdadera comunión que Llewis puede llegar a establecer es con la música, con ese elemento que le permite trascender su propia y endeble existencia y resignificar su espacio en el mundo.
Y el tratamiento que los hermanos Coen le dan a las perfomances de Llewyn tiene iguales proporciones de cuidado estético como de postura política. Cada canción que se entona es interpretada en su totalidad, su arte no es fragmentado en pos de lograr una celeridad determinada en el relato. Y esto logra que cada una de las mismas sean cautivantes e hipnóticas y nos permitan sobrellevar la oscura existencia del cantautor folk.
Promediando el film el mismo se transforma en una “Road Movie” donde Llewyn debe emprender un viaje desde Nueva York hasta Chicago y allí casi parece vislumbrarse el espirítu beatnik de Kerouac en su estado mas puro. El film así se vuelve en una travesía que dificilmente conduzca a un destino certero, pero no por ello deje de resultar interesante, autorreflexiva y con cierto aire contemplativo.
Los hermanos Coen nuevamente nos entregan una oda al antihéroe americano, permitiéndonos aventurarnos a pensar que detrás de cada hombre común puede existir un ser extraordinario, solo basta que el autentico potencial sea expuesto. Esa es la responsabilidad que estos dos cineastas han tomado como propia: descorrer el velo de la vulgaridad para permitir que los seres ” comunes ” brillen con luz propia, aunque sea en un oscuro sótano de Greenwich Village.