El nuevo trabajo de los hermanos Coen es una balada de música contemporánea. O al menos así define su música Llewyn Davis, quien es un músico que, tras tener una época de medio éxito grabando un par de discos en dueto con un amigo, ha pasado a dormir de sofá en sofá, viviendo día a día sin excesos y apenas teniendo unos cuantos billetes para lo necesario. Es en medio de este viaje que él (y muchas otras personas) se dan cuenta que no es lo mismo tocar música por hobbie que hacerlo un modo de vida y tratar de hacerse rico con ella.
En épocas recientes hemos escuchado historias de personas que suben sus grabaciones al canal de videos, y productores o artistas los descubren y los hacen famosos. Más que creer o no creer en estas historias, desde hace muchos años han existido tantos y tantos artistas que buscar un género nuevo, o incluso tener el talento suficiente para sonar diferente a lo que ya existe es tarea difícil.
Sin embargo, lo que reconocemos en la película, es una falta de ritmo alarmante, por no mencionar lo complicado que es encontrar una historia. Si el objetivo de un filme es contar una historia que puede tener o no final, es la misma historia lo que tiene que resultar atractiva y la forma de contarla. Si, la actuación de Oscar Isaac es buena, la fotografía es buena y la dirección es buena, pero la historia falla, porque divaga
mucho en la miseria de Davis sin saber contar su miseria personal, su miseria musical, su frustración, sus corajes o simplemente mostrar lo difícil que es ganarse la vida para una persona normal. E punto es que, en realidad, la historia no cuenta nada. Y los Coen saben hacerlo mejor. Aunque si hay que reconocer que la música merecía más reconocimiento.