Una canción para mi suerte
Lo primero que se puede ver en la nueva película de los Coen es un micrófono, luego, a nuestro protagonista Llewyn Davis (Oscar Isaac) entonando una bella canción. Él canta junto a su guitarra acústica un Hang me, Oh hang me, and I`ll be dead and gone. Su voz y su música, y el vacío entre ellos, resultan hipnóticos. Inside Llewyn Davis: Balada de un Hombre Común es el relato de una época: el establecimiento de la música folk en Estados Unidos, y es también la jornada de un músico que pudo haber sido cualquiera.
El cine de los hermanos Coen suele ser bastante cruel con los personajes que lo habitan. En la mayoría de sus historias algún destino despiadado o accidentalmente lóbrego es dictado sobre ellos. Esa mano divina, casi una fuerza de la naturaleza, es más clara que nunca en la película por la cual ganaron el oscar, Sin Lugar para los Débiles. Porque la mano del destino tiene rostro en Javier Bardem, y en la yerma prosa de Cormac McCarthy, la amarga mirada de los Coen encuentra su lugar.
Inside Llewyn Davis tiene algo de eso. Pero alejados de sufrimientos abusivos, y a pesar de la dureza del mundo que habita Llewys, los personajes que lo atraviesan lo cobijan, ellos resultan tan confusos y extraviados como él. En ese mundo invernal, que parece desolado, la emoción se descubre en lo despojado de una canción folk, en el minimalismo de hombre-guitarra-mundo para contar, que reverbera como un bello eco del pasado.
Sin dinero, quemando los puentes que lo conectan a otros, sea por estupidez, arrogancia o egoísmo, Llewyn va en busca de su destino, dejando fluir canciones en el camino.
Un folk que es honesto porque se transforma en música de los derrotados, un lugar que le resulta conocido. Él vive la tristeza: porque ya no tiene a su compañero de canción, porque se sabe efímero, porque no tiene donde caerse muerto.
Pero ahí está el corazón de su música, y el centro de esta historia, que pareciera no decir mucho pero que nos hunde en un tiempo y un sentimiento gracias a la sensibilidad de los Coen, la música y la gran interpretación de Oscar Isaac, revelación absoluta de la película.
Hay algo místico en Inside Llewyn Davis. Una circularidad de una vida que pareciese torcerse sin quebrarse, realizando una jornada (Nueva York, Chicago, y Nueva York otra vez) que se vislumbra se volverá a recorrer. Su desplazamiento no es físico ni es temporal (como en algún punto el mismo declara cuando vuelve de Chicago), porque los sillones donde dormir y los pasillos a deambular son los mismos, con las calculadas diferencias para conformar variaciones de la misma historia. Por eso un gato, que se intuye espíritu del amigo perdido, lo busca, lo lleva, lo obliga a moverse, porque él, a pesar de saber que cuerdas tocar, vive dentro de su propia canción. Una que aunque no sepamos su nombre, está hecha para tararear y ser eterna.