Insurgente ofrece más acción que la primera película de la saga, pero simplemente parece un eslabón más hacia la resolución de la historia.
Si a una historia como la de Divergente se la concentrara en una única película, sería una peliculón. Así, fragmentada, cada parte es apenas un eslabón de una cadena, dosificada con distintos niveles de intensidad para que no sea sólo un éxito en la taquilla sino cuatro.
Es que el cine tiene la tendencia a dividir en dos (o en más) lo indivisible: la primera película de esta saga juvenil presentaba a los personajes, el mundo distópico creado por Veronica Roth en los libros y visualmente aprovechados en la pantalla (Chicago, en el futuro); el por qué de cada uno; los buenos y los malos, los incipientes romances, y los grises.
Si algo quedó claro en Divergente es que la protagonista, la encantadora Tris (Shailene Woodley), es divergente: una personalidad que no encaja en ninguno de los grupos en los que se dividió la sociedad (Erudición, Osadía, Abnegación, Verdad y Cordialidad). Ella no es de nadie, pero podría ser de todos.
Y es peligrosa, porque los que no encajan en los esquemas sólo pueden traer caos, pueden provocar la revolución tan temida para aquellos que están en la cima de la escala de poder.
Si Divergente era la introducción a la historia, Insurgente es el nudo de la trama, donde crece la acción en buenas dosis, y se pueden entender un poco más los motivos y el modo en que afectaron a los protagonistas las pérdidas que han sufrido. Y crece en paralelo Tris, lo que explica por qué Woodley (Bajo la misma estrella, Los descendientes) es una de las jóvenes favoritas de un Holywood que da oportunidades a las estrellas que saben devolverlo en la taquilla.
Tris y Cuatro (Theo James) tienen química. La pareja funciona en esa aventura detectivesca con visos de drama juvenil en la que deben atravesar la ciudad (o sus propios mundos interiores), buscando amigos y enfrentando enemigos, detrás de un secreto bien guardado que le costó la vida a los padres de ella y que la pone en peligro en cada minuto de la película. Hay una sensación de guerra fría permanentemente, donde hasta los impensados “sin facción” pueden tener un propósito más claro que el que se pintaba en la primera.
El director Robert Schewentke marca una diferencia con respecto a su predecesor, Neil Burger, en las escenas de acción, algo de lo que carecía la primera parte de esta ¿trilogía? de cuatro partes (el final será dividido, otra vez, en dos).
A Insurgente, al igual que la anterior película de esta franquicia, no hay que pedirle mucho más: no es la nueva Matrix, y ni siquiera su argumento está a la altura de Los juegos del hambre, construida sobre libros sólidos con acción desde el primer momento. Es buen entretenimiento, tiene factores románticos imprescindibles para el público que más los quiere, una pareja que encaja bien (no es fácil), un par de sorpresas. Pero abusa de ser por demás explicativa, como si tuviera la necesidad de poner en boca de sus personajes lo que podría ser obvio de un modo menos pedagógico, o del recurso de los sueños para entender lo que pasa o lo que pasará.
Si la saga Divergente sigue así, la tercera parte –dividida en dos, claro- será aún mejor que ésta. Porque en definitiva se trata de una sola historia que podría ser contundente y efectiva si no se hubiese contado y cortado en estos largos capítulos.