De Distopías y totalitarismos
La segunda entrega de la saga basada en los libros de Verónica Roth construye una distopía futurista rebosante de un adolescentismo pop edulcorado, poca acción y evidentes dificultades narrativas que incluso en ciertos momentos traspasan el límite de lo verosímil.
En la previa, Insurgente generaba muchísimo entusiasmo en los fanáticos de la saga y cierta expectativa en el resto del público, teniendo en cuenta el más que aceptable trabajo que había realizado Neil Burger con la primer parte de la saga: Divergente (2014). Si bien compartía muchas similitudes con Los Juegos del Hambre y otros productos similares (Ver “La era de las sagas”), la dinámica dirección de Burger y los destacados trabajos de Kate Winslet y Shailene Woodley habían generado un justificado interés en el público. Sin embargo, la negativa del mencionado director para dirigir esta segunda parte -debido a que consideraba insuficientes los plazos de realización impuestos por los productores- evidentemente impactó en la calidad de la obra. Su reemplazante, Robert Schwentke –“Plan de Vuelo” (2005), “Red” (2010), “RIPD” (2013)- fue víctima de ese apuro y nunca pudo superar los problemas de un guión carente de un sentido progresivo de la acción. De ese modo, terminó elaborando un film aburrido, deslucido y plagado de obviedades argumentales.
La trama retoma los sucesos de la primera parte y comienza con Tris (Shailene Woodley) y Cuatro (Theo James) huyendo de Jeanine (Kate Winslet), la líder de Erudición que momentáneamente ha asumido el control del sistema de facciones para garantizar la eliminación de todos los divergentes que, según su visión, amenazarían el orden y la paz social. Con este panorama, el dúo protagónico recorre la derruida ciudad de Chicago buscando aliados en las facciones Cordialidad, Verdad, Abnegación, Osadía y en la gran masa rebelde de los Sin Facción, liderados por Evelyn (Naomi Watts). ¿Su objetivo? Simple, descubrir un antiguo secreto protegido por los padres de Tris sobre el sistema de facciones; un secreto que si se revela podría cambiar el curso del mundo y del futuro.
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Si bien la sinopsis atrapa, el problema es la manera que se eligió para contarla. De forma recurrente, la película transita los sueños de Tris para explicar su angustia y su dolor con respecto a la pérdida de sus seres queridos, lo cual resulta verdaderamente cansador, pues se trata de cuestiones que luego son igualmente resaltados por el director. Esta reafirmación constante de lo evidente, sumado a persecuciones inverosímiles y salvaciones de último momento bastante forzadas, hace que Insurgente se convierta en un film predecible y bastante inferior a su predecesora.
La promisoria Shailene Woodley es uno de los aspectos positivos de la película, aunque no puede decirse lo mismo del resto del reputado elenco. No porque lo hagan mal, sino porque sus papeles son tan intrascendentes que daría lo mismo si los interpretase cualquier otro actor.
La era de las sagas
La industria hollywoodense atraviesa un lucrativo período dominado por el reciclaje de viejos clásicos (desde “Indiana Jones” y “Star Wars” hasta “Carrie” y “The Evil Dead”) y por la aparición de sagas interminables y mediocres que tan sólo se limitan a reproducir fórmulas temáticas, estilísticas y narrativas que aseguran una importante afluencia de público y generosos dividendos.
Es cierto, hay algunas sagas mejores que otras y no todas son simples fabricaciones comerciales. Sin embargo, hay una tendencia cada vez más marcada en este sentido que decanta en una especie de serialización del cine: no asistimos a ver películas, sino capítulos, novelas por entregas con intervalos de un año o dos, cuyo final es siempre incierto.
En esta “era de las sagas”, se viene desarrollando desde hace algunos años un subgénero en el que podemos incluir indistintamente a “Los Juegos del Hambre”, “Maze Runner”, “El Dador de Recuerdos” (la mejor de todas) y “Divergente”, la saga que es objeto de esta crítica. En todas ellas predomina la misma fórmula: un futuro distópico altamente tecnologizado en donde predominan regímenes autoritarios basados en rigurosos criterios de racionalidad y clasificación; héroes/heroínas adolescentes que son los “elegidos” para salvar a la sociedad; el desafío a la autoridad establecida que desemboca siempre en un proceso revolucionario y; una estética pop y edulcorada que refuerza el direccionamiento hacia un público joven.
Las similitudes son tan llamativas y el éxito ha sido tal que no deberíamos sorprendernos si aparecen múltiples sagas que continúen explotando este dinámico segmento del mercado cinematográfico.
Por Juan Ventura