El movimiento es salud
Por algún extraño motivo la primera parte de esta saga -Divergente- gozó por estas tierras de buena salud crítica, de la cual esta segunda carece. Y es llamativo, puesto que Insurgente es como una corrección ligera de aquella película seminal, retocando cual lifting lo que en la anterior se notaba caído y reforzando lo que la sostenía débilmente. La operación resulta satisfactoria, básicamente por la inclusión de un elemento vital para el cine: el movimiento. Insurgente tiene secuencias de acción mejor filmadas y diseñadas que Divergente, y tiene una serie de giros que le dan ritmo a la narración y que desembocan en un final verdaderamente sorpresivo. A contramano de lo que ocurre con la mayoría de las sagas, esta parece aprender de sus propios errores. Tal vez el máximo aprendiza sea el de ser más concreta y necesitar veinte minutos menos para contar lo suyo.
Si bien hubo cambios generales en los apartados técnicos, el más notorio es el de la dirección: Neil Burger carecía del timing para filmar ese movimiento, algo que el irregular Robert Schwentke -que aquí se hace cargo- parece tener más internalizado. Si la primera parecía un film de acción para niños, esta adquiere mayor tensión y rugosidad, con una violencia seca bastante impactante, más allá de la ausencia de sangre, algo que evidentemente es sugerencia del multitarget al que aspira. La presencia de Schwentke permite que la película luzca más física, menos naif, y más acorde al tono grandilocuente que estas adaptaciones de éxitos literarios adolescentes requieren. Y, eso sí, lo podemos discutir: Insurgente no puede escapar a la tensión de tener que respetar un material original demasiado venerado. Ese es su gran pecado.
La historia vuelve a ser la de los jóvenes que se revolucionan al poder totalitario, y los personajes aparecen en el lugar donde los dejamos hace un año. Hay en una primera parte huida y en una segunda, táctica y estrategia de la resistencia. Esa división de la acción hace que el film no se introduzca en una meseta, puesto que debe construir situaciones constantemente para repotenciar la trama principal hacia adelante. En definitiva un film de guión, pero que no se nota porque se mueve y en el movimiento, uno se olvida de la estructura. Insurgente es una película donde, afortunadamente, pasan cosas. Y esas cosas se traducen en acción antes que en palabras, que igualmente las hay y vienen a ser la parte floja de la película con su carga de onliners revolucionarios de café. Lo positivo, también, es que nunca confunde acción y ritmo con vértigo: Insurgente no se propone como una carrera de cien metros llanos, sino de largo aliento y con obstáculos. Y al menos moviliza un poco las neuronas del espectador, algo que estos tanques de Hollywood suelen alentar hacia la modorra.
Las implicancias religiosas de la saga Divergente son más que evidentes, y no están mal. Tampoco su aliento político, que se retuerce un poco con la aparición de un personaje más interesante que la villana estereotipada de Kate Winslet, interpretado por Naomi Watts. Esos elementos son los que distinguen a la historia, y los que aquí el director logra fusionar con bastante coherencia y sin empañar el funcionamiento del relato. Llegado un momento, uno empieza un poco a dudar de la coherencia del todo, de cómo se van articulando esos giros y vueltas de tuerca, pero la película siempre tiene la inteligencia como para depositar el interés del espectador en la escena siguiente. Y, otro detalle atractivo, Insurgente deja de lado ese romanticismo histérico alla Crepúsculo de la primera y es, también ahí, mucho más precisa y acotada.
Tampoco es que Insurgente sea una maravilla: los defectos de la primera están aligerados, pero no dejan de estar. Esa solemnidad galopante, quebrada un poco por la presencia del reptílico Miles Teller; esa revolución didáctica y explicada; esa recurrencia a instancias de sueño que vienen a explicar los dramas internos de los personajes; esas frases para pegar en la heladera con musiquita de fondo que todo lo remarca; una primera hora donde le cuesta hacer pie para acumular giros un poco a las apuradas en la última parte; las actuaciones siguen siendo desparejas, aunque Shailene Woodley se muestra mucho más firme en su rol de heroína. Sin embargo, y ese es un gran acierto de la historia en la que está basada, el final es sorprendente y abre expectativas de cara a lo que viene. Insurgente recurre a un cliffhanger digno de cualquier serie de la tele, y no está mal. Luego podemos discutir sobre la pertinencia de todo eso que ocurre para llegar hasta ahí, pero debemos reconocerle esa movilidad que genera. A esta altura, con todas estas sagas repitiendo esquemas un poco molestos, no viene mal una que patee un poco el tablero, aunque sea de modo un poco amañado.