¿Quieres ser Paul Giamatti?
Con sus ojos saltones, su mirada triste, su expresión melancólica y su look de perdedor, Paul Giamatti parece cargar el peso (no menor) de la vida. Por eso -aunque Sophie Bartes (nacida en Francia pero formada en Estados Unidos y consagrada en el Festival de Sundance) escribió el guión con Woody Allen en mente- nadie mejor que aquel actor para protagonizar un film sobre la angustia existencial.
Un actor llamado Paul Giamatti (sí, con el mismo nombre y apellido) ensaya una puesta de Tío Vania, el clásico de Chéjov. Su vida aparentemente plácida junto a su esposa Claire (Emily Watson) y su prometedora carrera profesional se derrumban hasta que, gracias a un aviso publicitario, cree haber encontrado una solución: “Almacenamiento de almas”. En efecto, concurre a un laboratorio en la isla Roosevelt, muy cerca de Manhattan, donde el Dr. Flintstein (David Strathairn) le extraerá el alma (para su sorpresa, del tamaño de un garbanzo). El problema es que también existe el tráfico de almas y el pobre Paul deberá viajar a Rusia para recuperarla.
La premisa es absurda y la propuesta del film remite bastante a la de ¿Quieres ser John Malkovich?, pero -más allá de su indudable elegancia para la puesta en escena y de su audacia (ambición)- a Barthes le falta bastante todavía para jugar en las ligas de los Spike Jonze, Michel Gondry y Charlie Kaufman. La película, por momento, luce demasiado fría, calculada, artificial. En otros, cuando coquetea con (y se ríe de) la new age alcanza a sorprender. Y tiene, como as de espadas, al gran Giamatti, uno de esos actores capaces de sostener hasta las situaciones más inverosímiles con la mayor dignidad. Su trabajo justifica por sí solo la visión de esta película.