La angustia existencial de Paul Giamatti
La angustia es la emoción más fuerte que impregna los días de Paul Giamatti, el personaje interpretado por el actor del mismo nombre en Intercambio de almas. Aunque no necesariamente un alter ego del ser de carne y hueso, el Paul de la ficción parece una materialización a la enésima potencia de la persona cinematográfica de Giamatti, con esa carga de desconsuelo, ansiedad y neurosis habitual en algunos de los roles más recordados del actor (v.g.: Entre copas). El film encuentra a P.G. (el personaje, no el actor) a punto de estrenar una nueva puesta teatral de Tío Vania, pero a pesar de una carrera evidentemente exitosa, el hastío y una ligera alienación parecen acongojar cada uno de sus pasos. Entra en juego el elemento fantástico, bajo la forma de una empresa dedicada a la extracción de almas. Literalmente, de manera tal que el cliente puede andar por la vida sin cargar con tantas emociones negativas acumuladas durante su existencia. Hacia allí va Giamatti, quien se saca de encima la molesta ánima –de forma y tamaño similar a un garbanzo, uno de los mejores gags del film– sin pensar en los posibles efectos secundarios que esto puede acarrear tanto en su vida profesional como en lo privado.
El siguiente chascarrillo no pretende ser original ni ingenioso, pero se impone por la fuerza de la evidencia: Intercambio de almas es una película desalmada. Tal vez ésa haya sido la intención de la realizadora Sophie Barthes, quien en su ópera prima tira sobre la mesa inquietudes filosóficas, metafísicas incluso, en el marco de un relato que alterna el humor psicológico con la angustia existencial observada bajo el prisma de la ironía. El film cita y recicla ligeramente a Chéjov, a Jung y a Descartes, pero no logra que ninguno de ellos brille con luz propia.
El aire de familia más cercano es el de algunas de las creaciones del guionista y realizador Charlie Kaufman, con sus juegos entre realidades y ficciones y la idea de la vida real como potencial escenario teatral, pero sin el grado de locura de ¿Quieres ser John Malcovich? o Todas las vidas, mi vida. A poco de comenzada la proyección resulta evidente que todo quedará reducido a un unipersonal de Giamatti enfrentado a diversas situaciones, un vehículo para su indudable talento como histrión. “El show de Paul Giamatti”, digamos.
El último tramo del film transcurre en San Petersburgo, donde Giamatti intenta recuperar su alma original luego de haber aprendido la lección. Ese arco dramático anquilosado, ese costado “de autoayuda”, es tal vez lo más penoso de la película, junto con una idea esquemática y superficial que la realizadora deja entrever, tal vez, inconscientemente: el alma rusa sólo es buena para la poesía trágica y las actividades mafiosas.