Interestelar

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Muchas explicaciones y poca acción

Interestelar plantea un futuro en el que la humanidad se enfrenta al probable colapso de la Tierra como lugar habitable. Las cosechas cada vez funcionan peor y el viento arrastra un polvo que daña de forma creciente. El futuro de la especie -si lo hay- debería estar más allá del planeta, más allá de la galaxia. A explorar el espacio, entonces. Para más detalles argumentales, la película.

Christopher Nolan vuelve aquí a jugar con la idea de doblar el tiempo (y el espacio). Pero en realidad no juega: su cine de tonos graves y supuestamente cerebral expulsa incluso la idea de diversión. En Interestelar también expulsa la acción, aunque no se note a primera vista: es que la agrega de forma innecesaria, como un adorno superficial para que su film simule tener algo de suspenso o brío. Es que desde el principio, la película revela que sí habrá futuro para la humanidad. En los siguientes 169 minutos se suceden situaciones rimbombantes que escenifican "el inminente fin de la Tierra", "el sacrificio de padres por hijos y viceversa", "el altruismo", "el poder del amor" y otros temas gigantes (Nolan no se priva de golpear bajo), así como alambicadas explicaciones sobre física cuántica, Einstein, la relatividad, el tiempo, el espacio, la gravedad, los agujeros negros y las cinco dimensiones, todo al compás de la música a máximo volumen de Hans Zimmer.

Antes que narrar, Nolan muestra imágenes que pretende explicar previamente, como si el cine fuera un manual de instrucciones. Así, a pesar del abuso de aforismos sobre las emociones, la familia y el amor, su relato permanece helado y mayormente paralizado. El riesgo del ridículo asoma con frecuencia (el grito doble de "Eureka"), e incluso en la estructura: el montaje alterno entre "el planeta helado" y el conflicto en la casa-granja apuesta por un suspenso extremadamente forzado. Nolan logra con esto que tropiecen actores normalmente eficientes o incluso brillantes: McConaughey está demasiado enfático en su acento sureño y Michael Caine, demasiado reiterativo en su predicación de Dylan Thomas.

Diversas situaciones mal resueltas, como por ejemplo el efecto sobre un personaje de la ola del primer planeta explorado, prueban que al director se le dificulta la progresión narrativa, por más imágenes gigantes, libertad y presupuesto que tenga. Nolan apuesta fuerte, y en esa apuesta por contar una historia enorme seduce al principio, pero su sustento no va mucho más allá del tono solemne y del gigantismo. Lo más preocupante es que el éxito de propuestas como las de Nolan y las de sus acólitos empuja al cine hacia un modelo estéril y vacío, un cine cuyos mayores méritos pasan por la grandilocuencia, el alto presupuesto y las meras piruetas argumentales que intentan venderse como vehículos de sofisticación y profundidad.